Hubo en mi vida una etapa en la que el
tiempo caminó: de los cero a los treinta años. Hubo otra en la que corrió (y
cuánto, Dios mío): de los treinta a los 46-47 años. ¿Qué diré de la que vivo
ahora dentro de, por ejemplo, diez años? ¿Que trotó? Porque, como ya he dicho
en otras ocasiones, desde hace dos o tres años el tiempo veloz pareció agotarse
y va ahora al trote, incluso diría que camina suavemente.
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