Los únicos
fuegos que uno está autorizado a encender primero y mantener vivos después son
los del espíritu, esos que hacen que no bajemos de la ola de la verdad, de la
caridad, de la justicia, de la belleza. Cualesquiera otros son destructivos y
tengo claro que uno debe contribuir a apagarlos, nunca a reanimarlos.
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