Tras el
primer “¡ring!” el segundo “¡ring!” no tarda nada en sonar. Quienquiera que
sea tiene prisa, y mucha. Al empezar a bajar las escaleras, a través del
cristal traslúcido adivino dos criaturas pequeñas. Antes de abrir la puerta,
siento sus voces nerviosas. La abro y, ante mí, un pimpollito y una pimpollita
se abalanzan a decir: “Caeu a pelota nas galiñas”. “É Suso”, le dice la pimpollita
al pimpollito, o sea que los dos estudian en el CEIP donde trabajo, y me ha reconocido.
Me enorgullece. Vamos pues los tres a por la pelota que, fuertemente lanzada y
mal dirigida, ha volado por encima de la tapia y ha caído “nas galiñas”, y
justamente es así, pues, habiendo más probabilidades de que cayera fuera del
estrecho pasillo que es el gallinero, lo hizo sin embargo dentro de él. Como no
nos conocen, las gallinas se ponen como locas a cacarear. Entro yo en su casa y recojo la pelota. Se la doy. La cogen. “¿Cómo se dice?” “Gracias”.
Feliz misión cumplida.
Estos gallos son los amigos gallos
de las susodichas gallinas.
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