miércoles, 7 de junio de 2017

C.

El pasado sábado día 3 reapareció C. Me dijo que nos habíamos visto por última vez cuando rondábamos los dos los dieciséis años pero a mí me parece que esta fecha se remonta todavía más atrás en el tiempo. En cualquier caso, desde hace por lo menos treinta y cinco años no nos habíamos vuelto a ver.
C. era primo de unos vecinos amigos nuestros y durante algunos meses de septiembre en años sucesivos de nuestra infancia y primera adolescencia venía a pasar unos días a casa de estos primos suyos. Nos hicimos amigos, dentro de la pandilla más amplia que yo formaba con mis amigos y amigas de aquella época. Cuando dejó de venir, durante algunos años el único contacto que hubo entre nosotros fue la felicitación navideña que, con un escueto mensaje, yo recibía de él y él recibía de mí, si bien el contenido de la mía no era tan breve como el suyo.
Después, cada vez que sus hermanos A. y C. venían a Silleda a los entierros de los tíos y tías que se iban muriendo, yo sabía por ellos las nuevas de C.: “se fue a A., pues allí está nuestro hermano mayor”; “se casó”, “tuvo una niña”, y así. Supongo que él también fue sabiendo de mí a partir de lo que sobre mí yo les contaba a A. y C.
Nos citamos a las tres, después de comer, en el bar “A Pedra”. Ambos coincidimos en decir que, en un mero cruce con no más tiempo que una mirada fugaz, no nos hubiésemos reconocido. Sin embargo, en un bar, tras un inicial “esta cara me suena” y con tiempo para una mirada más que fugaz, acabaríamos con un “¡pero si tú eres C./Suso!” Me di cuenta de que, a grandes trazos, uno puede resumir su vida en un minuto señalando sus etapas esenciales y dando unas breves indicaciones. Es lo que hicimos los dos al comienzo de nuestra conversación. A medida que pasaba el tiempo, en su sonrisa adulta reconocía yo la sonrisa del C. infante y adolescente, su carita de ratón bueno.

No hay comentarios: