Enlazo aquí el vídeo que montó mi sobrina Alba (¡enhorabuena, querida sobrina!) y en el que podréis ver algunos momentos de la excursión (la sexta) que realizamos la familia Ares Fondevila el pasado fin de semana por tierras asturianas. Espero que os guste.
miércoles, 31 de agosto de 2016
lunes, 29 de agosto de 2016
El grillo
Hace años, cuando en las noches de verano
aparecía algún grillo en la sala de estar, lo pisaba y lo tiraba después fuera.
Ahora, en cambio, lo cojo con la mano e, igualmente, lo tiro fuera (no llego a depositarlo,
cosa que a lo mejor ya haré el año que viene). Me gusta mucho más lo segundo.
viernes, 26 de agosto de 2016
Sé científico
Suso, no la líes con cosas que te imaginas que
son y luego no son. De sobra sabes a dónde conduce esto. Sé científico,
estricto, atento solo a los hechos. La probabilidad de que algo sea cierto (en
el orden de cosas que ahora tienes en tu cabeza) dependerá de ellos. Revísate,
se serio en esto. No concluyas si no hay materia (sí, materia, y nunca mejor dicho)
para concluir.
domingo, 21 de agosto de 2016
Como él nos conoce
Necesitamos que nos interpreten, que nos
disciernan, que nos esclarezcan y en este sentido que nos juzguen. En el Juicio
Final, Dios nuestro Padre nos desvelará por fin cómo fue nuestra vida, por qué
fue como fue, cuál fue en definitiva, y nos sabremos ya del todo. Nos
conoceremos como él nos conoce: no otra cosa será el juicio, y en este sentido
será muy deseable.
jueves, 18 de agosto de 2016
La alegría
No en último lugar les diría que se hiciesen con
unas reservas de alegría para todo tiempo, fuese como fuese este tiempo, aunque
fuese el peor, e incluso con más razón para este, porque la aflicción del mundo
no podía imponerse hasta tal punto que les fuese arrancado de raíz el gozo de
la existencia. El mejor servidor tenía que ser siempre un servidor alegre,
también en medio de la peor de las miserias, porque si no fuese así, ¿de qué
clase sería la esperanza que les podrían entregar a los desahuciados con los
que se encontrasen en su camino? Les ofrecía la alegría no como un blindaje
frente al mundo sino como un salvoconducto para no caer desfallecido bajo el
asalto de sus injusticias y tristezas. Solo con ella en lo más hondo de su
corazones serían capaces de ofrecer refugio a quien lo necesitase de veras.
lunes, 15 de agosto de 2016
El retiro del fraile anciano
Expansivo como era, no dudó en comentarles a los
que estaban presentes en la misa que ellos tenían la suerte de poder jubilarse
a una determinada a edad mientras que a los frailes los tenían sujetos hasta el
final. Debió decirlo con gran sentimiento, pues la gente lo aplaudió como quien
acude en socorro de una víctima. El caso es que física y psicológicamente
estaba muy disminuido, y esto es lo que había subyacido tras sus palabras.
Falto de riego sanguíneo, a lo que habría que sumar otras “lindezas” con que la
vejez lo había adornado (tenía ya ochenta y ocho años), más de una vez, cuando
repartía la comunión, tuvo que sostenerlo quien en ese momento la estaba
recibiendo, pues sufría frecuentes mareos. Sin su bastón, las caídas eran
seguras. En el camino desde la sede hasta el ambón, cuando se disponía a leer
el evangelio, necesitaba apoyarse primero en el altar, y, tambaleante, llegaba
al atril con los brazos extendidos para poder agarrarse. Creía con toda razón
que ya no estaba ni siquiera en condiciones de presidir dignamente una
eucaristía y que su lugar estaba en el monasterio de san Pedro de Poio, en
Pontevedra, provincia en la que había nacido y donde residía su familia. Le
faltaban sin embargo arrestos para dirigirse a su provincial y ponerle al
corriente de su situación y de sus deseos. Había tenido en el pasado malas
experiencias con sus superiores y esto había mellado su confianza. Fue la
familia quien puso remedió a la situación haciendo lo que él no estaba en
condiciones de hacer. El provincial se mostró completamente comprensivo tras la
conversación telefónica en la que uno de sus sobrinos lo puso al corriente del
estado en el que se encontraba su tío. “Me habéis devuelto la vida”, le dijo a
su familia, tras saber que lo destinaban a Poio. El fraile anciano y enfermo
había conseguido su ansiado retiro.
viernes, 12 de agosto de 2016
El perdón
Al perdonarle le hubiera gustado que él hubiese
olvidado por completo que alguna vez había sido su deudor, así como también le
hubiese gustado olvidar él mismo que había sido su acreedor, de modo que, dado
que apenas se conocían, cada vez que se encontrasen ninguno de los dos se
sintiese incomodo. Una ofensa perfectamente cancelada debiera ser una ofensa
perfectamente olvidada, tanto por parte del ofendido como del ofensor, para que
todo pudiese comenzar realmente de nuevo. No es ya que debiera desparecer de la
cabeza del ofendido el “Tú me hiciste daño un día”, sino incluso el “Yo te perdoné
un día”, para que no pudiera esgrimir ante su deudor ningún tipo de reivindicación.
Solo así de la cabeza de este podría desaparecer tanto el “Yo te hice daño un
día” como el “Tú me perdonaste un día”. ¿O sería esto, de tan puro, inhumano?
¿No debiera sentirse agradecido de por vida el ofendido al ofensor por la
cancelación de la ofensa, algo solo posible si ninguno de los dos olvidase el perdón otorgado y el perdón recibido?
Parecía un asunto que solo podría resolverse en otra vida, en otro mundo.
miércoles, 10 de agosto de 2016
La madrina
Se hubiese muerto de pena si su hermana no le
hubiese pedido que fuese la madrina de bautismo de su segundo hijo. En tiempos
de fe borrosa o inexistente, que ella se declarase agnóstica era lo de menos.
Tampoco la fe de los padres levantaba muchos palmos del suelo. Así las cosas, a
uno de los presentes le llamó mucho la atención que, al comienzo de la
ceremonia, que presidió un tío de las hermanas, la madrina se santiguase casi
sin proponérselo, como si de manera automática regresase de la infancia un
gesto que entonces había hecho mil veces, pero del que enseguida se avergonzó
como algo impropio de su agnosticismo. ¿Qué habría encontrado debajo de este el
que hubiese sido capaz de arañar su superficie? Más que una fe olvidada una fe
reprimida, que acaso con el tiempo habría de convertirse en un paisaje que, por
ruinoso, se volvería romántico y hasta hermoso, y al que acaso ella habría de
desear volver algún día.
lunes, 8 de agosto de 2016
Julieta
Julieta,
de Almodóvar, me ha decepcionado profundamente. De tan estética resulta
estática, sin nervio ni pasión. Su contención, lejos de concederle sutilidad le
resta verosimilitud, cosa que también le ocurre a la historia en alguno de sus
ramales, por ejemplo el de Antía, la hija de Julieta. Su huida y posterior
reaparición doce años después resulta inverosímil. Es un personaje mal trazado
y peor resuelto. Y con Adriana Ugarte y Emma Suárez no alcanza el director
manchego lo que normalmente logra con sus actrices, la excelencia. Adriana
Ugarte solo llega a ser algo más que un maniquí y Emma Suárez no tiene toda la
profundidad que debiera. Más que crear parece que fabrican el personaje de
Julieta. Pero el problema no es de ellas sino del guión y la dirección. Rossy
de Palma, a la que nos gusta que haga siempre de sí misma, resulta irritante
haciendo aquí de sí misma. Este personaje hubiese requerido una actriz menos
cómica. Es una película que desde el principio va con demasiado freno y mucha
estética, y así no hay manera de que funcione. Una pena, y ya van dos seguidas,
después de Los amantes pasajeros.
viernes, 5 de agosto de 2016
No seré duda
Cuando se sentó en la arena no miró ni a uno ni a otro lado. Quería estar solo, con su sombrilla, su silla y su libro. Se había traído el último de Trapiello, Seré duda, después de haberse dicho una mil veces que el anterior a este, Miseria y compañía, el dieciocho de la saga Salón de pasos perdidos (Spp), sería el último que leería. Pero no. Al final pudo más la curiosidad y, cosa extraña o quizá no tan extraña, la fidelidad. Se encontró con el Trapiello mejor escanciado, el más claro, él, que ya era un autor que desde siempre había apostado por la claridad, y sin que en esta mayor transparencia la prosa del escritor leonés perdiese un ápice de su exquisita elegancia. Las exageraciones, en literatura y en la vida, están para hacer uso de ellas, y por eso se dijo a sí mismo que Andrés Trapiello era uno de los mejores escritores contemporáneos en lengua española, y si le apuraban, incluso de toda la serie histórica. Pero, ¿era una exageración? Él pensaba que no pero en cualquier caso, qué más da. Tenía ante sí su palabra viva y verdadera, la que solo podía nacer de un hombre que hacía profesión de vida y de verdad. Lo uno nacía de lo otro. Que, de cuando en cuando, le aburriesen algunas páginas no importaba demasiado, como tampoco importa que la vida tenga de cuando en cuando sus días aburridos. Todo el relato que iba desde que, estando en el aeropuerto de A Coruña, recibe Trapiello la noticia de que Ramón Gaya había muerto hasta que, a la vuelta de su entierro en Murcia, estando él y M. de nuevo en su casa de Madrid, llaman a C., que le cuenta todos los detalles de sus últimos días y horas, le había parecido proverbialmente conmovedor y hermoso. A ratos también se había reído mucho con él. Y le agradecía que hubiese sido menos cotilla que otras veces, por más que con este ánimo hubiese escrito excelentes páginas en su Spp. Pero si exigía altura moral a los demás, debía ser coherente y exigírsela también a sí mismo. Le gustaría que Trapiello, llegado el caso, se había frenado a sí mismo a este respecto en Seré duda.
Cuando levantó los ojos el sol ya había cumplido su ruta. Quedaba muy poca gente en la playa. Como muchos, hizo lo propio, recogió sus cosas y se marchó. En el coche, de vuelta a casa, riéndose se dijo: “No seré duda en la próxima entrega de Salón de pasos perdidos”.
miércoles, 3 de agosto de 2016
Dos años después
Saltó a la vista de todos que sus dos años más de
vida, los que habían pasado desde que había estado con ellos por última vez, le
habían robado frescura mental, presteza física, agilidad en la mirada. También
eran dos los años que le faltaban para cumplir los ochenta, y era evidente que
ese primer zarpazo del tiempo que solo propina la vejez ya había acontecido en
él. Pero aquello a lo que había llegado y que los suyos constataban tuvo un
desarrollo paulatino y nunca se vio cogido por la sorpresa de lo que ocurre de
repente. Además, el deterioro tampoco había sido tan grande como para que sus
principales facultades no hubiesen permanecido intactas. Pudo por tanto acostumbrarse
a él sin grandes apuros, como quien ve que solo los bordes de su vida están un
poco marchitos.
lunes, 1 de agosto de 2016
Un tipo: 9
He sufrido mucho por culpa de los nervios a lo
largo de mi vida. Esto lo he heredado de mi madre. Mi carácter lo ha acusado y
muchas veces he tenido que explicar que yo no soy así porque quiera ser así
sino porque no puedo ser de otra manera. Nunca hubo en ello ninguna intención
por mi parte. Mis arrebatos, mis fulguraciones, mis aceleramientos, no son otra
cosa que impaciencias súbitas que se apoderan de mí, ansiedades que no puedo
controlar. Quienes me conocen y acaban queriéndome me sufren pacientemente.
Incluso mi mucho hablar no es más que un desahogo continúo de mi tensión
interior. En las palabras que me salen me aligero y en realidad no necesito que
se me preste atención. Ni yo mismo me la presto. Solo son un modo de respirar.
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