Incluso de cierta “humildad” tendrá
que salvarnos el cristianismo, la que les hace decir a algunos que qué se cree
el hombre para demandar eternidad, una vida más allá de la muerte, superioridad
sobre los animales, dominio sobre la tierra, etc., si total no es más que un
nanopunto infinitesimal que vive en un, igualmente, nanoplaneta infinitesimal
dentro de un universo inconmensurable, si no es más que un eslaboncillo de la
cadena humana que transita por la historia: “otros me precedieron, otros me
seguirán, ¿para qué darme tanta importancia?, no soy más que polvo que viene
del polvo y al polvo volverá, y bien está que así sea”. Aquí y allá me he ido
encontrando últimamente estas reclamaciones de humildad que son las que más
convendrían a ese hombre de hoy que por fin ha descubierto que no es ni el fin
de la evolución, ni el centro del universo, ni el señor del planeta, ni un ser
superior al resto de los seres animados. Por lo tanto, señores, menos pompa y
líbrenos Dios de gritar como Unamuno: “¡Ser, ser siempre, ser sin término, sed
de ser, sed de ser más!, ¡hambre de Dios!, ¡sed de amor eternizante y eterno!,
¡ser siempre!, ¡ser Dios!” Estos amigos nuestros, dado que se ven como se ven,
creen que no merecen ser siempre y por lo tanto tampoco lo piden. ¿Hasta qué
punto a lo mejor ni siquiera lo desean?
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