sábado, 29 de octubre de 2016

¡Quién lo diría!


El día en el que celebramos el noventa cumpleaños de mi madre, mi hermano Rodrigo, el segundogénito, a escondidas de todos, tuvo la brillante idea de celebrar también los 65 de Luis, el primogénito, para lo que discurrió unas cuantas ideas. Esto le exigió a mi hermano mayor, después de entregados los regalos y sopladas las velas, decir unas palabras, que es como pedirle a una pirámide que se ponga del revés. En familia, es siempre muy tímido y de poquísimas palabras. Así que, con la ayuda de Dios y del magnífico rioja que regó nuestras gargantas (hay que aplaudirle al vino sus magníficas cualidades desinhibidoras), habló. Yo, que grababa la escena con mi Canon, sentí como resbalaba por mi mejilla derecha un auténtico lagrimón. ¡Mi hermano Luis arrancándome una lágrima, a mí, que las tengo tan sujetas!

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