He sufrido mucho por culpa de los nervios a lo
largo de mi vida. Esto lo he heredado de mi madre. Mi carácter lo ha acusado y
muchas veces he tenido que explicar que yo no soy así porque quiera ser así
sino porque no puedo ser de otra manera. Nunca hubo en ello ninguna intención
por mi parte. Mis arrebatos, mis fulguraciones, mis aceleramientos, no son otra
cosa que impaciencias súbitas que se apoderan de mí, ansiedades que no puedo
controlar. Quienes me conocen y acaban queriéndome me sufren pacientemente.
Incluso mi mucho hablar no es más que un desahogo continúo de mi tensión
interior. En las palabras que me salen me aligero y en realidad no necesito que
se me preste atención. Ni yo mismo me la presto. Solo son un modo de respirar.
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