miércoles, 10 de agosto de 2016

La madrina

Se hubiese muerto de pena si su hermana no le hubiese pedido que fuese la madrina de bautismo de su segundo hijo. En tiempos de fe borrosa o inexistente, que ella se declarase agnóstica era lo de menos. Tampoco la fe de los padres levantaba muchos palmos del suelo. Así las cosas, a uno de los presentes le llamó mucho la atención que, al comienzo de la ceremonia, que presidió un tío de las hermanas, la madrina se santiguase casi sin proponérselo, como si de manera automática regresase de la infancia un gesto que entonces había hecho mil veces, pero del que enseguida se avergonzó como algo impropio de su agnosticismo. ¿Qué habría encontrado debajo de este el que hubiese sido capaz de arañar su superficie? Más que una fe olvidada una fe reprimida, que acaso con el tiempo habría de convertirse en un paisaje que, por ruinoso, se volvería romántico y hasta hermoso, y al que acaso ella habría de desear volver algún día.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Y el padrino dónde anda?

Jesús dijo...

De momento no sé nada de él.