Saltó a la vista de todos que sus dos años más de
vida, los que habían pasado desde que había estado con ellos por última vez, le
habían robado frescura mental, presteza física, agilidad en la mirada. También
eran dos los años que le faltaban para cumplir los ochenta, y era evidente que
ese primer zarpazo del tiempo que solo propina la vejez ya había acontecido en
él. Pero aquello a lo que había llegado y que los suyos constataban tuvo un
desarrollo paulatino y nunca se vio cogido por la sorpresa de lo que ocurre de
repente. Además, el deterioro tampoco había sido tan grande como para que sus
principales facultades no hubiesen permanecido intactas. Pudo por tanto acostumbrarse
a él sin grandes apuros, como quien ve que solo los bordes de su vida están un
poco marchitos.
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