miércoles, 13 de julio de 2016

Una tipa: 7

De niña jugaba al fútbol tan bien o mejor que los niños. En una foto del álbum familiar aparecía, vistiendo la falda a cuadros y plisada del uniforme del colegio, sobre la bicicleta grande de casa con los pies sobre el asiento y las manos en el manillar. Cuando sacó el carnet de conducir, el instructor de la autoescuela dijo que nunca había tenido un alumno que condujera tan bien como ella. Encima, de mayor y casada, llegó a ser una muy buena cocinera. Y se podrían enumerar más cosas que mostrarían sus múltiples habilidades. Era, sin duda, una mujer completa.
Sus hermanos la consideraban la mejor de todos, la más generosa, la más dispuesta, la menos egoísta. A la hora de los recados, de niña, nunca dudaba a la hora de obedecer a su madre para hacerlos de buena gana y al instante; no así su hermano más cercano en edad, remoloneando siempre y más egoistón a este respecto. ¡Qué estremecimiento sintió en una ocasión una mujer que la adoraba, muy amiga de su tía, cuando, al ver que esta se le acercaba con un expresión de gran preocupación en la cara, pronunció su nombre con un escalofrío de miedo temiendo que le hubiese ocurrido algo grave!
Había que preguntarse si sus arrugas tempraneras en torno a sus ojos eran el resultado de los años duros que tuvo que vivir cuando las cosas dejaron de venir rodadas. Pero no consiguieron borrar la luz de su rostro, que tanto y a tantos encandilaba. Fue entonces todo lo fuerte que pudo ser, que no tuvo más remedio que ser, y que hicieron surgir en ella habilidades nuevas. Asomada a los 50, que tanto deseaba cumplir, como si esto supusiese hacerse un regalo a sí misma, luchaba por abrir un futuro en el que resplandeciese la esperanza.

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