lunes, 11 de julio de 2016

Una tipa: 6

En una ocasión en la que su madre la tenía en su regazo mientras cosía, la niña cogió las tijeras y con la punta golpeó la máquina de coser, y en ella quedó para siempre la marca que le hizo. Este fue el primer indicio de su bravura, la misma que la llevó en la adolescencia y juventud a no estar casi nunca de vuelta en casa a la hora que su madre le decía, o la que le empujaba a encararse con su padre de poder a poder, o la que hacía doblegarse a sus hijas cuando un no era un no. Todo un carácter.
No es un disparate pensar que detrás de esta bravura había hondas convicciones, una de las cuales era que hablando se entiende la gente. Lo creía a pie puntillas y no sería ella la que renunciase a hablar, extendiéndose todo lo que hiciese falta, para que todas las cartas quedasen puestas sobre la mesa. Esta convicción arraigó en ella con fuerza desde que se casó, y no entendía que un problema no se pudiese, si no solucionarse, si al menos aclararse mediante un diálogo a corazón abierto. En este tema se mostró siempre extraordinariamente generosa, y lúcida.
Cuando le tocaba hacer la entrega de los regalos tras la cena de Reyes, alcanzaba su punto más alto en gracia y chispa, ayudada por la previa ingesta de unos traguitos de buen vino. Tenía buenos arranques, buenos parones que creaban suspense, y finales redondos en los que terminaba por reírse a carcajadas. Todo un espectáculo. Su comparsa, más seria, era el plomo mientras ella subía como la espuma. Había que empezar así el año, desde lo alto, para encarar después con fuerza febrero, un mes que no le gustaba nada.

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