sábado, 2 de julio de 2016

Un tipo: 2

Su belleza no lo acompañó cuando superó los sesenta aunque sí sus radiantes ojos azules. Aquel resplandor masculino que se apreciaba en la foto de su boda había quedado definitivamente atrás. Quien tuvo no retuvo en este caso aunque es cierto que pocos lo hacen. ¿Quién dijo que con el tiempo los guapos se vuelven feos y los feos guapos y al final todo se iguala? Las tribulaciones de su matrimonio le pasaron factura y hasta es posible, digámoslo con humor, que fueran ellas también las culpables de su temprana papada. Nunca se había derrumbado sin embargo, quizá ayudado también por el ritmo lento, dicho en sentido estrictamente físico, de su corazón. Era cierto. El número de sus pulsaciones estaba por debajo de la media y no es ocioso pensar que también esto le ayudó a no precipitarse cuando, en situaciones de mucha presión, tuvo que mantener una calma infinita. Sin embargo no fue prudente todas las veces que, estando presente su mujer, no dudó en decir que, de volver atrás, no se hubiera vuelto a casar. Por más que no hablara en serio estaba claro que era una herida la que hablaba. Es así que, con su papada a rastras y su rostro prematuramente arrugado, decía que se había vuelto un tipo “feo y antipático”. Al reconocerlo, implícitamente estaba pidiendo perdón al mismo tiempo que se concedía una licencia para seguir siéndolo, si bien daba a entender también que intentaría ponerle remedio. 
Hasta donde habían llegado sus éxitos con las mujeres nunca lo supo nadie porque a este respecto siempre había sido totalmente discreto. Quizá se conformó con menos de lo que habría conseguido si se lo hubiese propuesto. Pero es probable que, como tantos otros, hubiera tenido un número razonable de sucesivas novias o parejas y no se hubiera lanzado a un donjuanismo aventurero. Le habían faltado la audacia y sobre todo la ambición que esto requiere.
Por encima de todo había sido un lobo solitario y por eso no tenía amigos. Un surfista sobre las olas, eso había sido, y es lo que había practicado con éxito todos los años que había vivido al lado del mar. Cuando llegaba a la playa empujado por el viento y deslizándose sobre el agua llegaba alguien feliz. El mar había sido siempre para él un amplio respiradero, una plataforma infinita sobre la que sostenerse, un abismo en el que sumergirse, un arenal sobre el que correr hasta caer agotado.

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