miércoles, 20 de julio de 2016

Mejías Lamadrid

Mejías Lamadrid volvió al cabo de los años a su pueblo natal, acompañado por una mujer joven y dos criaturas. Había llorado bien a sus muertos y por eso sus ojos parecían siempre recién lavados. Eran pobres y se defendían como podían, trabajos esporádicos aquí y allá y alguna que otra ayuda pública. Lo primero que hicieron nada más llegar fue matricular a sus hijos en el colegio. Muy de cuando en cuando se permitían el lujo de tomar algo en la terraza de alguna cafetería y entonces todo el mundo podía comprobar que eran felices. Algunos de los antiguos amigos de infancia de Mejías Lamadrid se sentaban a veces con ellos. Uno que lo espiaba siempre desde lejos, un funcionario público, lo envidiaba al verlo siempre tan relajado y contento. Desde que lo había atendido en el colegio en el que había matriculado a sus hijos, cuando se cruzaba con él lo saludaba. Lamadrid le respondía tímidamente y con afecto. Esto duró muchos meses. El funcionario lo echó de menos cuando un buen día dejó de cruzarse con él. Quizá es que había encontrado trabajo y ya no podía estar en la calle a la hora en la que siempre pasaban el uno al lado del otro. Esperaba con ansia que acabaran las vacaciones y comenzasen las clases para verlo de nuevo trayendo a sus hijos al colegio.

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