Mario Landía no quiso someterse a la prueba de
infertilidad por temor a que revelase que era él el causante de que no
tuvieran hijos y quedase así en entredicho su virilidad. Pero lo que entonces
se puso de manifiesto fue su cobardía, y de paso su egoísmo, pues la prueba
podría haber revelado una mera disfunción de fácil arreglo que les hubiese
otorgado la posibilidad de tener hijos. Su mujer se dio cuenta entonces de que su
marido era un hombre débil y no tuvo más remedio que aceptarlo. Luchó para que
de su desilusión no naciese ningún tipo de amargura que acabase minando los
cimientos de su matrimonio. A él no se le ocultó sin embargo que su decisión
supuso para ella un duro golpe, pero esto no le hizo cambiar de opinión. Con
una mezcla de descaro e ingenuidad no dudó ni por un momento que su mujer no se
lo tendría en cuenta.
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