viernes, 22 de julio de 2016

Hugo Lamón

Hugo Lamón dejó de hacer prótesis dentales una vez que el dinerillo extra que conseguía con sus juegos en la Bolsa dio pasó a grandes cantidades de dinero gracias a sus cada vez más finas habilidades financieras. Su padre además le había dejado como herencia un piso grande en una urbanización de lujo, de modo que estaba libre de la carga de una hipoteca y de las muchas que hubiera tenido si fuera una persona que gastase mucho. El día podía pasarlo entonces en casa, donde tenía varios ordenadores encendidos, en cuyas pantallas se veía como subían y bajaban las cotizaciones en las Bolsas más importantes de todo el mundo. Con un gin tonic en la mano, su bebida preferida, y la música de Metallica sonando a todo trapo, a cuyos sones bailaba de vez en cuando, se permitía el lujo de hacer lo que le viniera en gana durante el día, sin horarios, ni jefes, ni antipáticos compañeros de trabajo. En torno a las ocho de la tarde, tanto en invierno como en verano, su grupo de amigos más íntimo se reunía con él en su casa, lo que aprovechaba Hugo Lamón para explicarles los entresijos de los parques bursátiles. Su madre, a la que adoraba, vivía en una aldea a más de noventa kilómetros de distancia. La visitaba todos los fines de semana y siempre acudía a su lado cada vez que ella, fuera cual fuera la razón, lo llamaba. Su padre había muerto nada más aterrizar su avión en España después de más de treinta años de estancia en Caracas. Él había nacido en esta ciudad y, cuando tenía diez años, se vino de vuelta a España con su madre. Nunca le contó a nadie lo que había pasado, y las cuentas que su padre pensaba saldar con su mujer y con su hijo nada más aterrizar el avión quedaron definitivamente enterradas. Ni a él ni a su madre les importó demasiado.

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