sábado, 6 de febrero de 2016

Un juramento

Tres semanas antes de las elecciones del pasado 20 de diciembre yo cambié mi voto. Estaba seguro de que había tomado una buena decisión pero, con todo, quería asegurarme todavía más, necesitaba más información. Lo que hice fue, en diferido, en los días finales de la segunda semana de la campaña, zamparme el debate que Pablo Iglesias y Albert Rivera habían tenido en la Universidad Carlos III, después el que hubo a tres bandas, ahora ya con Pedro Sánchez, en El País, y finalmente el que hubo a cuatro bandas, ahora también con Soraya Sainz de Santamaría, en la Sexta. El primero que vi fue el que juntó a Iglesias, Rivera y Sánchez, ante el cual me juré a mí mismo que atendería exclusivamente a sus ideas, evitando pues las antipatías en contra y las simpatías a favor. El resultado fue sorprendente: disfrute muchísimo, lo pasé realmente bien, coincidiendo aquí con uno, discrepando allí con otro, estando a medias de acuerdo y a medias en desacuerdo otras veces. Forcé incluso la empatía en los casos en los que necesitaba hacerlo para obtener un mejor resultado humano. Al día siguiente vi el debate a dos, Iglesias-Rivera, y al otro más, el sábado 19 de diciembre, el debate a cuatro, Iglesias-Rivera-Sánchez-Sainz de Santamaría. Mantuve mi juramento, seguí en mis trece, y los resultados fueron otra vez sorprendente, humanamente buenos. No quiero que decaiga esta actitud mía y lucharé porque así sea: atender a lo que me dicen, sorteando las simpatías y las antipatías, para valorar como mala, como regular o como buena una idea, sea quien sea el que me la diga, llámese Iglesias, Rajoy, Rivera o Sánchez. O cualquier otro.

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