La doctrina del pecado original no se
sostiene si no hubo una situación paradisíaca y un primer pecado históricos.
Si, contra la imagen de aquellos antepasados nuestros, feos y peludos, tan
parecidos todavía al mono, sentimos que se alza dentro de nosotros una objeción
“estética” que los invalide como posible “Adanes” y “Evas”, acudamos entonces
al siguiente texto de C.S. Lewis, como siempre extraordinario: “No tengo la
menor duda de que si el hombre del paraíso apareciera ahora entre nosotros, lo
consideraríamos un completo salvaje, una criatura a la que explotar o, en el
mejor de los casos, tratar con aire protector. Solo uno o dos, los más santos
de entre nosotros, se tomarían la molestia de mirar por segunda vez a la
criatura desnuda, desgreñada, de poblada barba y hablar torpes; mas, tras
algunos minutos, se postrarían a sus pies” (El
problema del dolor). Corta la respiración, ¿verdad?
No hay comentarios:
Publicar un comentario