Me desconcertó mucho la noticia de la
separación de Vargas Llosa de su mujer, Patricia Llosa, con la que se casó en
1965. Al instante me vinieron a la cabeza las palabras emocionadas que sobre
ella pronunció en el discurso del premio Nobel el año 2010: “El Perú es
Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve
la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y
rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace
tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana
ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y
todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden
en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi
tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan
generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: ‘Mario,
para lo único que tú sirves es para escribir’”. Y aquellas otras, tan
laudatorias (no he podido encontrarlas), sobre un matrimonio francés conocido
por los dos y que el matrimonio Llosa se propuso de inmediato imitar. Buen
mazazo se llevaron cuando esta pareja perfecta se separó a los pocos días de
estar por última vez con ellos. Este mazazo me lo han dado ahora los Llosa al
romperse su relación, pues uno, que apuesta por el amor para toda la vida y
hasta que la muerte los separe, veía en su matrimonio un triunfo de este ideal.
Por lo que se ve, nunca es tarde para separarse y antes que la muerte otra cosa
los separó. ¿Cuál? Me gustaría saberlo.
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