A principios de este año comenzó a
resultarme vomitiva la imagen del lector como un devorador de libros. Yo mismo
me daba náuseas en la medida en que fui este tipo de lector; estaba claro que
ya no quería seguir siéndolo. Me invadió la “nube del no-saber” y, en ella
instalado, supe que no quería devorar sino leer; buscaba otro ritmo, pausas,
una nueva cadencia. No estoy seguro de que vaya a lograrlo porque tampoco sé exactamente
lo que busco. Bueno, sí lo sé, la compañía que presta un libro, más profunda en
unos casos, menos en otras, y las compañías, las amistades en definitiva, no se
devoran sino que se paladean. Solo lentamente se hace una buena ingestión, solo
lentamente se conversa, solo lentamente se vive.
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