Me sigue visitando en los sueños con una
demanda infinita de ese diálogo que, iniciado en la infancia, se interrumpió en
algún momento de nuestras vidas. Pero seguramente interpreto mal las cosas. La
demanda no es la que él me hace a mí sino la que le hago yo a él, pues soy yo
quien lo sueño. Lo más probable es que no tenga lugar nunca la prosecución de
ese intercambio de vida porque sería yo el primero en evitarlo, por timidez,
por miedo, aunque a regañadientes. Me gustaría que el azar lo forzara, que nos
juntara en algún lugar algún día.
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