Medio tenía el purgatorio por un “lugar” en
el que la purificación se obraba en nosotros por agentes desconocidos y
abstractos, hasta que caí en la cuenta de que, pura obviedad, el sujeto
purificador no podía ser otro que Dios. Es el mismo Padre que nos espera con
los brazos abiertos en su Reino el que nos limpia para que estemos en
condiciones de entrar en él. Dios nos prepara para Dios. Y suspiré aliviado: en
el purgatorio no estaremos solos.
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