Un resfriado pone una “a” privativa delante
de la hedonía, la patía y la tonía: te vuelve anhedónico, apático, átono. Te
resta energías, te roba fuerzas. La mirada, gris, vuelve al mundo gris. El
gusto no se deleita con los sabores. Y es un simple resfriado, un rasguño en la
piel de la felicidad. Y puede ser tan absoluto el deseo de ésta, tan poco
condescendiente, que a la que se descuida ya esté echando pestes contra nuestro
humilde resfriado, apenas una penita, que no bien ha llegado y ya se ha ido.
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