Cuando se despidió de su cuñada, mi tía
Concha, y de su hermano, mi tío Darío, mi tío Luis, mercedario de 86 (casi 87)
años, que vive actualmente en Sevilla, les dijo que, si se muriese allá (en Híspalis),
que no se molestasen en cruzar la península, que los agobios iban a ser muchos,
que tan bien enterrado quedaría en la
ciudad andaluza como en Galicia y más razones por el estilo. Darío añadió algo
bien hermoso y elemental: “Además el papá Dios también está allí”. Mi madre,
muy sorprendida, frunció el ceño cuando se lo referí: “yo que pensaba traérmelo
para aquí”. No menor fue la sorpresa de mi hermano Rodrigo y de otras hermanas
a las que se lo comenté. Yo dije en algún momento que me causaba alegría la
naturalidad, no aplomo, naturalidad sin más, sencillez, confianza, lo bien
dispuesto que estaba a embarcar y poner rumbo a la otra vida, “a mejor vida”.
Esto de “pasar a mejor vida” lo podemos decir los cristianos con fe segura e
íntima convicción: el dicho popular en nuestra boca se convierte en dictum
brioso y alegre.
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