lunes, 5 de enero de 2015

La universidad

Yo pensaba que en la universidad me iba a encontrar con tribunas ocupadas por genios, verdaderos magos del saber y de su transmisión. No fue así. Había un puñado de buenos docentes, conocedores acreditados de su materia, y después, aparte, muy por encima, Olegario González de Cardedal, el catedrático de cristología. Los demás, por comparación, resultaban agraviados. Nadie sabía tanto como él, nadie hablaba tan bien como él, nadie transmitía tanta pasión como él. Por ser mis exigencias y mis expectativas tan altas con respecto a la universidad, me sentí, ¿injustamente?, defraudado por ella; en algún momento de la carrera, quizá en el cuarto curso, sentí un aburrimiento mortal y más de una vez se me pasó por la cabeza tirar la toalla. En el recuerdo, me veo como un estudiante mucho más entusiasta en la etapa de BUP y COU que en la Universidad. Y de repente, ahora, veo una posible razón: llevábamos deberes para casa, lo que suponía, en cierto grado, investigar y poner a trabajar las propias fuerzas intelectuales; el profesor, al día siguiente, podía llamarnos al encerado a resolver un problema o a dar la lección, y hacerlo con éxito era un sumo placer intelectual. En la universidad no hubo nada de esto: desde el comienzo de la impartición de la materia respectiva hasta la rendición de cuentas en un único examen no se nos exigía nada en el intermedio, ningún “deber” investigador llevábamos para casa. Es cierto que lo que ahora echo de menos lo echaría de más si tal cosa hubiese ocurrido: ¿deberes en la universidad? Venga ya, que somos mayorcitos. Pero fue precisamente el “deber” de hacer la tesina la que me devolvió la felicidad en los dos últimos años de la carrera. Uno volvía a ser un sujeto intelectualmente activo, al verse exigido a culminar un proyecto investigador. En mi caso esto fue absolutamente fruitivo.
Estas dos cumbres, las clases de Olegario y mi estudio de la obra de Ernesto Sábato, tema de mi tesina, salvaron mi experiencia universitaria. Debiera haber habido más; desgraciadamente, no las hubo.

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