jueves, 15 de enero de 2015

La silla y la butaca

Hace no sé cuantos años mi padre mandó construir a un carpintero un escritorio y un silla a juego en madera de castaño. Tienen la reciedumbre y la belleza de las cosas que hacían los menestrales de antes. La silla es de espalda ancha, con apoyos para los brazos, salomónicas las patas y los travesaños; años más tarde se almohadillaron su respaldo y su asiento, lo que la hizo “habitable”; la utilice durante un larguísimo tiempo para sentarme ante el ordenador y escribir; en los tiempos de espera colgaba mi pierna izquierda sobre el apoyabrazos y me giraba hacia el balcón, para ver y mirar. Un buen día decidí cambiar mi vieja hamaca de jardín, en la que leía, por una butaca en condiciones, y de paso decidí también que sería ella el asiento para mi escritura; el tiempo de espera, dado el cambio de infraestructura, exigía un cambio postural; ahora, en un cojín que pongo sobre la mesa, enfrente de la pantalla del ordenador, apoyo la frente y cierro los ojos. ¿Y en qué ha afectado todo esto a mi contrato con las musas?

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