La inmortalidad del alma es la condición que
Dios se crea a sí mismo para que la resurrección de un hombre no le exija crearlo
de nuevo. Es el brasa de ser desde la que Dios recupera todo el ser, ese algo
del hombre que no muere gracias al cual la resurrección no es nunca sensu stricto una re-creación sino un
levantamiento de quien está postrado, postergado, “dormido”. La muerte no
aniquila al hombre pues ello supondría que tendría más poder que Dios. Lo abate
completamente pero no lo destruye; queda un rastro, un resto, un alma inmortal
en este sentido, el hueso que Dios no necesita crear de nuevo y al que le basta
con revestir de carne, gloriosa, resucitada. Lázaro muerto seguía siendo
Lázaro, y por eso pudo oír la llamada de Jesús: “Lázaro, sal afuera”. La inmortalidad
del alma es la capacidad que Dios le otorga al hombre para que, muerto, pueda
oír la voz de su padre cuando lo llame a la vida nueva: “Hijo mío, levántate”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario