sábado, 8 de noviembre de 2014

Un 30 de octubre

Hemos vuelto mi madre y yo del cementerio de Negreiros, donde hemos depositado el florero, que ella hizo con crisantemos y ramas verdes, sobre la tumba en la que están enterrados mi abuelo Jesús, mi abuela Mari Pepa, mis tíos Pepe y Manolo y mi tía Isabel. Ya había allí rosas amarillas y granates que alguien, no sabíamos quién, había dejado, flores compradas que me parecieron menos hermosas que los crisantemos que habíamos llevado nosotros. Es la operación de todos los años. Primero vamos a la casa donde nació mi padre, en Fonteboa (Fuentelabuena dice en broma mi tía Pepa), en la que ya no vive nadie, mi madre provista de un cuchillo con el que cortará los tallos de los crisantemos y de las ramas verdes que allí nacen en la era. Después volvemos a casa; yo espero a que mi madre componga en una especie de macetero blanco su centro floral y después nos vamos a Negreiros, la aldea en la que nació mi madre, a su cementerio, y ante la tumba que pone “Familia Fondevila” rezamos por nuestros difuntos. Por allí aparecieron Jesús, primo de mi madre, un bendito, y su mujer, Luisa, una bendita de otra especie, que viven en una casa grande al lado de la iglesia. Componen una pareja singular, de la que nacieron más de diez hijos: dos de ellos, en edades tempranas y en años sucesivos, murieron ahogados. Jesús es un ser delicado, suave, con unos ojos que te bendicen cuando te miran y un rostro que refleja una dulzura inefable; Luisa es fuerte como un roble o un chorro de agua, alegre, dicharachera. Si Jesús es el cielo, Luisa es la tierra, uno y otra unidos por un amor más poderoso que la muerte.

No hay comentarios: