Me pregunto hasta qué punto se arrepiente
hoy de haberse quedado en la casa paterna, atendiendo, junto con su hermana
menor, el negocio familiar, una mezcla de restaurante y taberna. Estando además
encima de éste sus viviendas -la suya, la de su hermana, la de su madre y la de
otro hermano-, ni siquiera goza del respiro que le daría tener su casa aparte,
un refugio independiente lejos de los figones. Tengo la impresión de que es la
suya una vida venida a menos: otro debiera haber sido su lugar, su trabajo, con
una vida distinta y mejor. Hace algunos años realizó con una amiga un viaje de
quince días a Tierra Santa. Después comentó que fueron los más felices de su
vida. En otra ocasión le dijo a mi madre con respecto a su trabajo: “Si sei que
isto ía ser así non me pillaban aquí, non o”. Son comentarios que pueden no
significar nada pero puede que también signifiquen mucho: me inclino por lo
segundo. ¿Qué queda en ella de la que fue compañera mía de promoción en BUP y
COU, una chica de notables que bien pudiera haber cursado una carrera
universitaria o preparado alguna oposición? Aquel lustre de los años mozos y
cultivados lo perdió: se ha embrutecido. A veces, cuando llego del trabajo y la
veo delante de su casa, apoyada en la pared y tomando el sol, adivino en ella
una quejumbre por la vida que tiene, una nostalgia de la que no tiene.
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