Que Vivaldi venciera a Bach en mis gustos en
aquellos días en que, habiendo escuchado algo del segundo, fue mayor mi placer
cuando después escuché al primero, no me hizo olvidar las ganas almacenadas en
mí desde hace muchos años de escuchar las cantatas del compositor alemán.
Benditas sean aquellas ganas porque ahora que llevo muchos horas de audición,
siempre en el coche, no me apetece escuchar otra cosa. Navego en ellas y es posible
que llegue a escucharlas todas; siendo más de doscientas, significa que me
quedan muchas horas por delante en su compañía. No sabría decir qué siento
cuando suenan en el pequeño espacio de mi coche: ¿se convierte éste en una pequeña
catedral y soy yo un auditor que se oculta bajo las ojivas?
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