jueves, 25 de septiembre de 2014

Un encuentro

Puestos en el contexto en el que estábamos, pudimos reconocernos el uno al otro, mejor yo a él que él a mí, pero sólo un poco mejor. O nada. Bueno, es igual. El caso es que, cumplido el trámite del mutuo reconocimiento, dimos en hablar de esto mismo, de cómo unos somos más reconocibles que otros a lo largo de los años: unos cambian mucho, otros cambian un poco, otros no cambian nada. Apareció en ese momento X y ambos coincidimos en que ella era el ejemplo de la persona que, encontrada veinte, treinta o cuarenta años después, sería reconocida de inmediato: sus rasgos principales siempre serían los mismos.
Yo sabía que él se había separado; no hice preguntas a este respecto porque la confianza no daba para tanto. Le recordé que había estado en la casa en la que habían vivido en Silleda cuando su hija mayor no era más que una cría de dos años. La conversación siguió después su curso, sus giros; llegamos a hablar de la muerte: “acaso no sea algo tan importante”, dijo él, a lo que yo repliqué: “la muerte es algo muy importante”. Finalmente, la parte del león se la llevó los hijos, su educación. Yo, que no los tengo, sólo pude hablar de vistas y de oídas. Él me refirió que con su hija mayor, una chica diez, había pasado por ser en el instituto el padre perfecto de una alumna ejemplar; pasaron unos años, su segundo hijo fue todo lo contrario -llegaron a expulsarlo dos meses en el instituto-, y las tornas se volvieron: había sido entonces el padre imperfecto de un alumno problemático. “Se equivocaron con esa medida: era lo que él buscaba, dos meses de vacaciones; de paso, tuve que aguantar el comentario de un profesor gilipollas que insinuó que el castigo también me lo estaban propinando a mí; me callé, para no levantar más polvareda de la que había”.
No por ser de Perogrullo dejan sus verdades de ser verdades. Una de ellas es que, al cabo, uno puede decir que “ha vivido”; todos podemos decirlo. Y haber vivido es haber aprendido, haber crecido, haber madurado. X, tantos años después, no parecía un hombre infeliz.

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