¿Por qué va querer un turista fotografiar a
un cura confesando en un confesionario? Le ocurrió a Stefan en la catedral de
Santiago, y al darse cuenta salió del cubil a increpar al osado turista y
pedirle que eliminara la foto. ¿Será que esta persona nunca había vista tal
cosa y que encontró la escena la mar de interesante: un señor vestido de blanco
metido dentro de algo parecido a un armario y, delante, hombres y mujeres de
variada edad y condición arrodillándose y poniéndose a hablar con él? ¿Hablar de
qué, se preguntará el buen hombre, acaso un total ignaro sobre los asuntos de
la religión y más en concreto sobre los asuntos del catolicismo? Es un dato que
a lo mejor los guías turísticos tendrían que incorporar a su charla
informativa: “Esto que ven aquí es un confesionario. Recibe este nombre porque
dentro de él los católicos confiesan sus pecados (un pecado es algo que se hace
mal a ojos de Dios, de los demás y de uno mismo, robar por ejemplo) a un cura
(un seguidor de Jesucristo capacitado para realizar unas determinadas
funciones) para recibir el perdón de los mismos. Quien perdona es Dios. El cura
es sólo un intermediario. Las palabras que se pronuncian al final, en latín, la
llamada absolución, son éstas: ‘Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine
Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amen’, que significa: ‘Yo te absuelvo de
tus pecados en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’. ‘Oiga, pregunta
uno, ¿y quiénes son esos?’”
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