Su padre estaba en el féretro. Le susurró
algo a su madre, con la que estaba sentada en el primer banco. Entonces, con
sus diez años, se fue directa al confesionario. Mi madre me lo contó como si
tal cosa y a mí me llamó poderosísimamente la atención, hasta enternecerme y
llenarme de curiosidad. ¿Qué querría confesarle al sacerdote el día en el que
iban a enterrar a su padre, muerto de cáncer a los 45 años? Daría mil batallas
por saberlo, aunque bien sé que el buen Dios nunca me lo dirá.
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