jueves, 21 de agosto de 2014

La creación de Adán

Se supone que en tanto el dedo de Dios no toque el dedo de Adán en la representación de la creación de Miguel Ángel en el techo de la Capilla Sixtina Adán no vive plenamente. En el Adán que espera a ser creado apreciamos indolencia (¿un tanto chulesca?), pereza, falta de aliento: su mano lánguida, puesta como para ser besada, con el dedo caído, es totalmente expresiva a este respecto. Adán tiene que levantarse, ponerse en pie, abandonar su abandono, valga la redundancia, como el de un romano en su kliné, y con vigor asentarse sobre el mundo. Dios va disparado hacia él como un cohete, como si temiese llegar tarde al “toque digital”, o más bien como si su ansia veloz expresase su fuerza y convicción creadoras. Es gracioso que Dios no vaya él solo volando sino que lo lleven en volandas sus ángeles. ¿Los necesita, él, el omnipotente creador? La ¿mujer? en la que el Creador apoya su brazo izquierdo parece mirar a Adán con una mezcla de escepticismo y superioridad: “¿A ‘ese’ vas tocar con tu dignísimo dedo? ¿Para ‘esto’ te hemos traído hasta aquí? Pues vaya...” 



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