viernes, 22 de agosto de 2014

Ganancia de tiempo

Son muchas las mañanas en las que, en torno a las doce o doce y media, me entra un sueño horrible y necesito echarme un rato. He sabido por mi tío Luis que a esto se le llama “la siesta del carnero”. Después de comer vuelvo a echarme una siesta, la siesta por antonomasia. Y por la noche, a dormir de nuevo. Nos pasamos un tercio de nuestra vida durmiendo y no es una pérdida sino una ganancia de tiempo. Cuando era joven no pensaba así: dormir, “¡qué pérdida de tiempo!”; también pensaba que cuanto mejor sería poder tomar una pastilla y no tener que gastar tanto tiempo comiendo. Por fortuna ser joven no dura siempre y de sus estados febriles uno se cura y pasa a ser un adulto, que gana el tiempo comiendo, que gana el tiempo durmiendo. ¡Dulces ganancias que la mejor edad trae consigo!

jueves, 21 de agosto de 2014

La creación de Adán

Se supone que en tanto el dedo de Dios no toque el dedo de Adán en la representación de la creación de Miguel Ángel en el techo de la Capilla Sixtina Adán no vive plenamente. En el Adán que espera a ser creado apreciamos indolencia (¿un tanto chulesca?), pereza, falta de aliento: su mano lánguida, puesta como para ser besada, con el dedo caído, es totalmente expresiva a este respecto. Adán tiene que levantarse, ponerse en pie, abandonar su abandono, valga la redundancia, como el de un romano en su kliné, y con vigor asentarse sobre el mundo. Dios va disparado hacia él como un cohete, como si temiese llegar tarde al “toque digital”, o más bien como si su ansia veloz expresase su fuerza y convicción creadoras. Es gracioso que Dios no vaya él solo volando sino que lo lleven en volandas sus ángeles. ¿Los necesita, él, el omnipotente creador? La ¿mujer? en la que el Creador apoya su brazo izquierdo parece mirar a Adán con una mezcla de escepticismo y superioridad: “¿A ‘ese’ vas tocar con tu dignísimo dedo? ¿Para ‘esto’ te hemos traído hasta aquí? Pues vaya...” 



miércoles, 20 de agosto de 2014

Entre libro y libro

He terminado de leer La historia del arte, de E. H. Gombrich, un libro espléndido que me ha dejado henchido de grandes emociones. En estas ocasiones, que no son muchas, uno no sabe qué debe hacer una vez terminada la lectura. Le parece que la traiciona si enseguida comienza la de otro libro -de hecho es lo que estoy haciendo- y no deja un tiempo para que aquellas emociones lo remuevan a uno y hagan su trabajo. El gran espacio interior que ocupan dentro de uno parece reivindicar poder gozar de él no un tiempito sino uno más prolongado, días quizás, en los que el libro estaría presente de una manera u otra antes de ser desplazado por el siguiente. Sin embargo la máquina lectora quiere continuar con otro, que viene pidiendo paso. Se da aquí un dilema que a mí se me ha planteado varias veces: ¿estar con unos cuantos libros toda una vida (como Heidegger, de quien dice Julián Marías en Una vida presente: “Era hombre de no muchas lecturas aunque muy hondas y reiteradas”) o leer uno tras otro hasta que la vida acabe? De momento tengo claro que prefiero lo segundo y así seguiré mientras un verdadero interés no me haga cambiar el rumbo. 

martes, 19 de agosto de 2014

Cruce de miradas

Importa poco que veas la mano del pobre en la que depositas la moneda si no ves sus ojos y él no ve los tuyos: debe haber un cruce de miradas que convierta en encuentro personal lo que podría quedar reducido a un puro trámite. Nos debemos el uno al otro.

sábado, 16 de agosto de 2014

Leer como un niño

Tengo entre manos La historia del arte, de E. H. Gombrich, “una de las obras sobre arte más famosas jamás publicadas”, y no me extraña porque es deliciosamente sencilla y didáctica. Quiero leerla “como un niño”, tal como explicaba aquí, es decir sin querer “saber” sino queriendo “saborear”, sin querer “aprender” sino queriendo “contemplar”, sin ambición de “cultura” y con deseo de “fruición”, sin que me fustigue el pensar que mucho de lo que estoy leyendo acabaré olvidándolo sino haciendo una lectura perfectamente “inútil”, que no “sirva para nada”, con el puro y único anhelo del niño que es feliz porque descubre mundos nuevos. ¿Qué le importan a él los detalles, las fechas, los estilos, los nombres, la secuencia de la historia? Nada, sino sólo el “¡oh, ah!” de un asombro continuo, inservible, olvidadizo. En este sentido, quiero ser una persona “inculta”.

viernes, 15 de agosto de 2014

Yo confieso

No me confieso, ni siquiera una vez al año, por dos motivos. El primero, porque el sacramento de la confesión nació en las primeras comunidades cristianas tras comprobarse que había bautizados que, tras quedar limpios de todo pecado en el bautismo, llegaban a pecar gravemente, por lo que era necesario una nueva limpieza, que tenía lugar en el sacramento de la confesión. El segundo motivo es que ya hago confesión de mis pecados en el confiteor de la misa dominical, donde obtengo el perdón de los mismos. Del primer motivo se deduce que sí acudiría a un confesionario si fuese consciente de haber cometido un pecado grave. No creo haberlo cometido nunca, pero no pongo la mano en el fuego ni siquiera por mí: ¿y si me cerré a luz que me informaba que sí había incurrido en él?
Esta práctica la rompí hace unos cuantos años cuando lleve a mi madre a confesarse a la catedral de Santiago de Compostela. Allí, me sentí empujado (¿por el Santo Espíritu?) a hacerlo yo también. Me acerqué a un confesonario no sin antes cerciorarme de que me iba a encontrar con una cara amable: las hay que tiran “patrás”. “Mire, padre, me resulta imposible detallar mis faltas; sólo puedo decirle que supongo que soy un pecador; poco o nada más puedo añadir”. Vivaraz, alegre, el buen sacerdote le quitó importancia a todo esto y me absolvió con mucho contento. Yo salí encantado.
De todos modos sí pesaban un poco en mi conciencia dos no sé si pecados o pecaditos que nunca había detallado. Uno para mí si tenía al menos en cierto modo alguna gravedad, tal vez mucha, tal vez no tanta, no lo sé. Quería confesarlos en cualquier caso. Pocos años después me encontraba de nuevo en la catedral de Santiago. A mi izquierda estaba un sacerdote cuyo rostro no me satisfacía especialmente pero tampoco me disgustaba. Estaba esperando que terminase de hablar con un guardia vigilante. Como parecía que esto no iba a ocurrir pronto, me acerqué y me arrodillé. Y confesé, los confesé. Pero, vaya, poca importancia le dio a mis pecados, ¡mis pecados tan míos, tan importantes, de los que estaba tan prendado! Pues no, no me los “valoró” en su debida relevancia, la que yo creía que tenían y, tras quedar absuelto, me quedé un poco chafado. “¡Vaya cura éste, no tratar mis pecados como ellos lo merecen!” En mi quedarme chafado estuvo mi penitencia. Ya decía en una entrada anterior que Dios ningunea nuestros pecados pues bien sabe él que hasta podemos enorgullecernos de ellos.

jueves, 14 de agosto de 2014

¿En qué paró...?

¿Qué pasa, ya no sé estar quieto, esperando la palabra, sino que enseguida empiezo a removerme en la butaca, a curiosear en internet, para sortear el vacío? ¿En qué paró tu aprendida paciencia y quietud? Me son difíciles últimamente, por lo que se ve. ¡Con lo bien que te demorabas en las nubes que pasan, en lo visto más allá de los cristales!

miércoles, 13 de agosto de 2014

Un grito salvaje

Soy un niño que no quiere datos, ni informaciones, ni contenidos. Grito “¡¡NOOO¡¡”. Tabula rasa, grado cero. Viento sí, mucho viento, y agua, la naturaleza toda, tan pura.
No quiero saber nada; quiero olvidar todo lo que sé; no quiero que me agobie todo lo que no sé; si no disfruto cuando sé no quiero saber nada; aquí, que rija con todo esplendor y fuerza el puro principio del placer, del interés, de la fruición.
¿Qué me importa Tiziano, qué me importa Velázquez si me agobian, si me aniquilan? ¿Qué me importa la cultura toda si no es como un vaso de agua, como una espléndida fruta roja? ¡Abajo con ella! Un principio salvaje, sí, de pura degustación, naciente, frente al sol que se pone.
“Si no sois como niños no entraréis en el reino de los cielos”. Ante los libros, los cuadros, las películas, la música, las obras escultóricas y arquitectónicas, la fotografía, quiero ser como un niño, los ojos muy abiertos, las manos, fáciles, la cabeza, descansada. Y a vivir.

martes, 12 de agosto de 2014

Aforística

A la vida le sienta bien su poquito de temor, su poquito de temblor.

Dios ningunea los pecados del hombre.

La falta de sueño y la falta de sueños nos hacen infelices.

El santo es el hombre que permite funcionar a Dios a pleno rendimiento.

Ya no necesita espejos quien ama a los hombres y ama a Dios: se ve en ellos.

sábado, 2 de agosto de 2014

La rutina

Si se está pertrechado contra el aburrimiento, en la rutina se descubre la melodía de la vida.

viernes, 1 de agosto de 2014

¿Qué le confesó?

Su padre estaba en el féretro. Le susurró algo a su madre, con la que estaba sentada en el primer banco. Entonces, con sus diez años, se fue directa al confesionario. Mi madre me lo contó como si tal cosa y a mí me llamó poderosísimamente la atención, hasta enternecerme y llenarme de curiosidad. ¿Qué querría confesarle al sacerdote el día en el que iban a enterrar a su padre, muerto de cáncer a los 45 años? Daría mil batallas por saberlo, aunque bien sé que el buen Dios nunca me lo dirá.