Me resultó muy simpático uno
de los matrimonios del grupo con el que viajamos un amigo y yo por Austria del
13 al 20 de este mes de julio. A primera vista no pegaban nada el uno con el
otro; rondaban los sesenta. Ella era ancha de caderas, de piel muy blanca, con
las cejas trazadas a lápiz pues las pilosas habían desaparecido; su acento era
catalán, catalán, el que usaría un humorista imitador. El tenía un flequillo canoso
de senador romano, piel morena y un rostro afabilísimo. Caminando, unas veces
se colgaba del abrazo ella de él y otras él de ella; esto último resulta más
raro; yo al menos lo veo muy pocas veces. Entonces parecía un esposo-hijo. En
realidad me lo parecía siempre.
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