Hoy ha sido el primer día de
este año que he estado leyendo debajo del kiwi en una hamaca en el patio. Si me
gusta el verano es porque me permite hacer precisamente esto, leer en el
frescor que proporciona la sombra de un árbol, rodeado de flores, hortalizas y
cantos de pájaros. Incluso consigue que sea más llevadera la lectura de un
libro que dentro de casa me resulta pesada. Un verano sin esto sería para mí un
verano perdido. De la conjunción del gozo de la lectura y el esplendor de la
naturaleza resulta una dicha que anticipa retazos paradisíacos, en la que se da
una mezcla perfecta de concentración, exterioridad y reposo.
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