Yo tenía en mente ir algún
día, un día indeterminado, a Tierra Santa. Me pregunto si ese día llegaría a determinarse
si no hubiese tenido lugar una carambola. Fue como sigue: mi hermano Ramón
quería regalarle a mi madre un viaje a Israel. Allá por el mes de octubre
pasado, en una comida familiar, me prepuso que me apuntase. No mostré
demasiado interés en ese momento. Pasados unos días recogí el cable y me puse a
ello. Como resultado de mis pesquisas, supe que los franciscanos de Santiago de
Compostela organizaban todos los años una peregrinación a los Santos Lugares.
Efectué las diligencias oportunas y en el mes de noviembre habría de realizarse
el viaje. Mientras tanto, a mi hermano Ramón le habían surgido impedimentos que
lo descolgaban del mismo. Pasado un tiempo, la agencia de viajes Halcón me
comunica que el viaje debía aplazarse por una serie de cuestiones que tenían
que ver con los vuelos. Marzo sería la nueva cita. Tiene lugar después otra
baja, la de mi madre, por cuestiones de salud (ya en pleno viaje me “alegré” de
que así fuera pues no hubiese resistido su ajetreo físico y psicológico). Hete
aquí entonces que me veo yo como el único que habría de peregrinar a Tierra
Santa. Toda la carambola anterior, a la postre, había “determinado” mi día. Y
ahora me pregunto: ¿qué tuvo que ver Dios con todo esto?
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