domingo, 6 de abril de 2014

En Tierra Santa

Nada “especial” sentí en Tierra Santa, ningún “calambre” religioso digno de ser contado, ninguna “emoción” singular. No me habló ninguno de los lugares santos con una intensidad “específica”, todos los relacionados con Jesús, con su nacimiento, su vida pública, su muerte, su pasión y su resurrección. A mi Dios me ha llegado y me llega a través de la Eucaristía, la Palabra, la Oración y el Hermano: estos son los canales reveladores por excelencia, los “oficiales”, irreductibles e imprescindibles, los eclesiales. Mi experiencia de Dios es en este sentido siempre objetiva, y sólo con esta condición es después subjetiva. Esto no cambió en Tierra Santa. Por eso, allí, no me habló el lago de Galilea sino la misa que tuvimos en la orilla y que puso punto final a la peregrinación; no me habló Belén sino la misa que tuvimos en las llamadas grutas de San José, y así podría continuar hasta completar las seis misas que tuvimos en los seis días que estuvimos en Israel. 

No hay comentarios: