De discutir, habría que
discutir como un santo, sin arañar parcelas para el “yo”, con “una mente
humilde, modesta, calma, pacífica, paciente, caritativa, amable, tierna y
compasiva” (Tomás Moro). Y, por seguir con el mismo santo, atendiendo a una de
sus bienaventuranzas: “Felices ustedes si saben callar y ojalá
sonreír cuando se les quita la palabra, se los contradice o cuando
les pisan los pies, porque el Evangelio comienza a penetrar en su
corazón”.
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