Mi sobrina Martina, que acaba de cumplir seis
años, sabe que hay una relación de causa efecto entre contar un chiste y reírse
pero no sabe que el chiste, para que resulte gracioso, tiene que serlo. Lo que
ella ve es que alguien cuenta algo -un chiste- y que los que lo escuchan se
ríen, sin que llegue a caer en la cuenta de que no cualquier cosa es un chiste.
Por eso, cuando cuenta un chiste de su invención cuenta cualquier cosa y, si se
da el caso de que no se lo riamos, queda confusa porque para ella todo lo que
viene a continuación del “voy a decir un chiste” es siempre un chiste. Y en su
cabecita lo es, claro, y en la nuestra a su modo también por ser ella quien lo cuenta.
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