sábado, 21 de septiembre de 2013

Una lectura lenta

¿Quién lee despacio? ¿Qui-én ha-ce es-to? El verso reclama una lectura lenta, también el párrafo meditativo. En la novela y el ensayo se puede correr un poco más.
Ángel me dijo más de una vez que, entre los varios beneficios posibles, uno de los que podrían obtener sus alumnos de griego cuando traducen un pasaje de Homero es el de aprender a leer despacio. Sólo por esto ya les habría valido la pena. Y supongo que le vale a todo aquel que traduce, y más si no domina la lengua que quiere trasvasar a su propio idioma.

La reciente lectura de la obra de Christian Bobin, Le Très-Bas (El bajísimo), me impuso esta demora porque me encontró bastante torpe, como si fuera la primera vez que tuviese entre mis manos un libro en francés. Ello me obligó a detenerme casi en cada palabra, en cada sustantivo, en cada adjetivo, tanto que casi me di por vencido. Pero, a Dios gracias, me puse cabezón y la lentitud exigida acabó siendo un aliado, no sólo porque así hacía más mía la lengua de nuestros vecinos, sino porque me convirtió en un lector al que terminó por apasionarle esta lectura despaciosísima.

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