Estoy viendo a cuatro adolescentes junto a
la escuela de música manejando lo que parece ser el hilo de una cometa. Me
asomo al balcón para confirmarlo pero no la veo. “Dios, tiene que estar volando
muy alto”. Voy entonces a la terraza para ampliar mi ángulo de visión y, ahora
sí, la veo, allá arriba, muy arriba. Pareciera que a esta altura ya debiera
tener el derecho de soltarse y volar a su libre albedrío. Pero entonces
quedaría a merced del viento, que la llevaría a donde quisiese él y no donde
quisiera ella. Su seguridad estriba en no desligarse del hilo que la permite
volar sin perderse. Puede sentirse libre gracias a que alguien superior a ella
la sostiene.
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