viernes, 25 de enero de 2013

Discutir



Si añado por mi cuenta una tercera acepción a la palabra “discutir” (Las otras dos según la definición del Diccionario de la Real Academia Española son: “1. tr. Dicho de dos o más personas: Examinar atenta y particularmente una materia. 2. tr. Contender y alegar razones contra el parecer de alguien”) que diría algo así como “3. Encenderse el ánimo, salir fuera de sí, a causa de una disputa”, puedo decir que
siempre que en una discusión-1 preveo que puedo acabar discutiendo-3, dejo rápidamente de discutir-1 para no tener que discutir-3. Con X. esto lo llevo haciendo a rajatabla desde hace ya algunos años: como siempre que discutía-1 con él acaba discutiendo-3, lo que lastraba mucho mi ánimo y mi autoestima, corté por lo sano y sanísimo estoy a este respecto, sin que me cueste ya ningún esfuerzo retener mi lengua. ¡Qué paz! Esta medida la he ido aplicando en grados distintos dependiendo del tema de la discusión y las circunstancias: lugar, ambiente, personas...  Grande ha sido la ganancia -soy más feliz- y nada echo de menos. Pero ¿y las pérdidas? ¿Las hubo, las hay, las habrá? Francamente, no lo sé.

miércoles, 23 de enero de 2013

El circo



No había vuelto al circo desde que era niño. De aquella ocasión mi memoria sólo conserva la imagen de una contorsionista.

Esta vez el circo Roy, tal es su nombre, acampó a pocos metros de mi casa y esto me animó a ir a verlo. No faltaban los camiones con sus largos tráileres, las caravanas y la carpa. Las farolas se llenaron de carteles publicitarios y, llegado el día, el coche publicitario comenzó a recorrer las calles del pueblo y las parroquias del ayuntamiento anunciando el gran evento. María y las niñas también vinieron.

Cuando terminó la función, el maestro de ceremonias concluyó con estas palabras: “No hemos venido a asombrarles (entre líneas había que entender que no podían, pues carecían de medios para hacerlo); sólo esperamos haberlos entretenido durante el rato que han estado con nosotros”. Dichas con dignidad pero sin arrogancia, tal vez buscaban la aquiescencia de aquellos adultos que, habiendo venido con hambre de espectáculo, podrían haber quedado defraudados. Pero dudo mucho que, dadas las risas de sus hijos y sus caras de asombro, hubiese alguno. Ofrecieron lo que tenían, números sencillos que obtuvieron de los niños, siempre bien dispuestos a maravillarse y reír, su aprobación inmediata e incondicional. Los platos que giraban sobre los palos, el malabarista, la niña con los aros, el mago, los payasos, los ponis, Spiderman y sus piruetas en las tiras rojas, el buen arte del caballo español, el amigo dromedario, que sólo tuvo que demostrar que sabía arrodillarse y que comía el  trozo de pan de manos del niño que se atrevía a dárselo, la chica acróbata y sus cintas chinas... El que nos recibió en la entrada de la carpa y rompía el ticket fue después maestro de ceremonias, y el malabarista, y el payaso serio, y el jinete y posiblemente el que se escondía bajo el traje de Spiderman. La señora que nos vendió las entradas actuó también de presentadora, y fue uno de los payasos, presentados como los Roy, seguramente los dueños del circo y también los padres de unos y abuelos de otros. La giradora de los platos fue también la acompañante del mago. A éste lo vimos a su vez ejerciendo de operario. La niña de los aros fue la que después dirigió a los ponis. Puesto que eran pocos tenían que multiplicar sus habilidades. Yo estaba justo en el ángulo superior izquierda de las gradas. Desde mi puesto podía observar al que manejaba el foco del que salía el círculo que iluminaba a las estrellas cuando salían a la pista.

Todo fue íntimo, sencillo, entrañable, “mágico”.

martes, 15 de enero de 2013

Dureza protestante, ternura católica



Tras la lectura de Para un examen de sí mismo recomendado a este tiempo, de Soren Kierkegaard, volví a experimentar la “dureza” protestante; la vez anterior me había ocurrido con El precio de la gracia, de Dietrich Bonhoeffer. El protestantismo, al limitarse a la sola scriptura, sola fide, sola gratia, solus Christus, se queda sin las fuentes de la ternura y dulzura católicas: la virgen María, la Eucaristía, la comunidad eclesial, la comunión de los santos. Tales fuentes le procuran al católico una múltiple e inmensa compañía, puentes por aquí, mediaciones por allí. Todo a su derredor son regazos en los que recostarse tanto para reír como para llorar. La devoción al Sagrado Corazón de María, la adoración del Sagrado Corazón de Jesús, ¿no son signos clarísimos de ese fondo de inagotable ternura que parece desconocer el mundo protestante? Éste daría a luz a héroes solitarios mientras que el catolicismo engendraría a santos acompañantes e intercesores.

miércoles, 9 de enero de 2013

Viudas



Son tantos los millones que tiene depositados en un banco que un directivo del mismo viene a verla desde A Coruña cada mes, para ponerla al corriente del estado de sus cuentas. Su marido fue siempre el “marido de”, pues era ella la dominante. Se decía que no lo dejaba ni a sol ni a sombra, y así, en época de caza, si cazador él cazadora ella también a la par con él. Esto lo hizo objeto de más de una burla por parte de sus compañeros. Aunque era bastante más joven que su mujer, la dejó viuda. El paso de los años la han ido consolando. Acaba de pasar por la calle de enfrente con la señora que la atiende, la cual, más que acompañarla parecía arrastrarla sin que a ella le diese tiempo de ir apoyándose en su bastón. ¿Llegaban tarde a alguna cita? Esta ayudadora suya, que tendrá ahora unos cincuenta años, fue un ejemplo casi enfermizo de desconsuelo, tras quedar también viuda hará unos diez años. Pasaban éstos y ella, de luto riguroso, parecía no salir del pozo de su tristeza. Siempre es difícil adivinar hasta qué punto el apenado se aferra a su pena y no quiere soltarla por temor a deshonrar la memoria de su ser querido. Lágrimas son honras, desde luego, pero sólo hasta un punto, distinto en cada caso, más allá del cual ya no es sensato seguir llorando.
Han pasado otra vez, de vuelta. La acompañante ya no tira de su señora y puede ir ella ir apoyándose en su bastón.

lunes, 7 de enero de 2013

Buscando a Debra Winger



Uno necesitaría mil palabras para explicar hasta qué punto y de qué manera le fascinan los actores, ciertos actores, pero sobre todo las actrices, ciertas actrices. El deseo de escribirlas ha vuelto estos días, al ver  Buscando a Debra Winger, un documental dirigido por la actriz Rosanna Arquette y en el que otras actrices, famosísimas muchas de ellas, cuentan lo que piensan y sienten del Hollywood que las ignora una vez que alcanzan los cuarenta años. De emoción en emoción veo y escucho a Sharon Stone, Meg Ryan, Whoopi Goldberg, Melanie Griffith, Holly Hunter, Frances McDormand, Gwyneth Paltrow y muchas otras. Que el título se refiera a Debra Winger se debe a que esta actriz abandonó el cine cuando tenía 50 años, por todas las incomodidades y asfixias que el sistema de Hollywood le provocaba.

Es una de mis actrices favoritas, lo cual significa que tengo por ella un amor incondicional. No sabría decir el porqué. En muchos casos, al instante te viene una razón que explica el motivo de la fascinación o el amor que sientes por alguien pero en otros no: es más difuso e inconcreto, y averiguarlo te llevaría horas y cientos de palabras sin llegar finalmente a desvelarlo. Yo he visto a Debra Winger actuar en Cowboy de ciudad (1980), Oficial y caballero (1980), La fuerza del cariño (1983), Peligrosamente juntos (1986), El caso de la viuda negra (1987), El sendero de la traición (1988), Tierras de penumbra (1993), Olvídate de París (1995), En terapia (2008) y La boda de Rachel (2008). ¿Quién es, qué tiene esta actriz para que me guste tanto? Empiezo mi indagación por su rostro. Es rectangular (creo que la rectangular es la plantilla base de todas las caras; después podrán ser más o menos alargadas, más o menos anchas, más o menos redondeadas...), alargado, con una mandíbula picuda, fuerte (como la de Katherine Hepburn o Sigourney Weaver, otras de mis actrices preferidas), un rostro claro y luminoso, ojos de color azul grisáceo y frente despejada. Para mí es tremendamente atractiva pero, además, ¿es bella? La punta redondeaba de su nariz impide que lo sea más. No se podría decir que tiene un físico potente pero sí se adivina una personalidad intensa e inteligente. Hará lo que quiera hacer, será lo que quiera ser; nadie podrá manejarla. Y por aquí, creo, me estoy acercando al quid de la cuestión, que coincide con el que explica la pasión que siento por otras actrices: Debra Winger es fuerte. Sí, me atraen indefectiblemente las mujeres fuertes, independientes, ingobernables, dueñas de sí mismas. Y hay un freud que lo explica, ya no subterráneo ni inconsciente: X, que tiene un poderosísimo ascendiente afectivo sobre mí, se adecúa, en alguna medida, a este perfil. ¿Son las Katherine Hepburn, Sigourney Weaver, Debra Winger, trasuntos, proyecciones o amplificaciones de X? Puede que sí.