Me había echado a pasear casi sin darme cuenta por un camino
habitual. Tras de mí, una chica venía cantando maravillosamente en francés. Me
sobrepasó y yo la seguí hechizado, como uno de los ratones de Hamelín. Al poco
rato me vi en una colina habitada por un grupo de hippies en su peor versión, todos
fumados y casi borrachos, monstruos vivientes entre los que me sentí asustado.
Estábamos en lo alto de un acantilado y, sin saber cómo ni por qué, un enorme
tronco empezó a rodar hacia el mar llevándose a más de uno por delante. Junto
con los bañistas, se vieron entonces cadáveres flotantes, las víctimas del
árbol demencial. Creo que ayudé a sacar alguno del agua. Pero a estas alturas
mi temor no había desaparecido ni mucho menos. Y además no estaba solo; mi
hermana Lucía y alguien más me acompañaban. Había que marchar de allí sin
llamar la atención, disimuladamente, para que no pareciese que huíamos.
Estaríamos a salvo una vez que alcanzásemos las inmediaciones del pueblo. Una
chica reparó en nosotros y parecía que nos seguía; seguramente no albergaba
malas intenciones pero mi desconfianza no lo vio así. Por fin llegamos a una
calle del extrarradio, donde nos sentimos a salvo de la canalla.
viernes, 31 de agosto de 2012
domingo, 26 de agosto de 2012
Puro y remolón
Este verano he cancelado tres pequeños viajes peninsulares. En
un caso anulé la reserva que tenía en un hotel, en otro los billetes de tren ya
comprados y en un tercero, a mi amigo E., donde le dije digo le dije después Diego.
El motivo fue el mismo en los tres casos: la poca o ninguna gana que tenía de
viajar, aunque se tratase de poco más que de salidas de fin de semana. Mis
vacaciones las quise enteramente para mí, con sedentarismo puro y remolón. Me
esperaba el teclado pero sobre todo el libro, el libro largo de la tarde larga en
perfecta introversión. El verano, por ser la estación del sol es también la estación
de la sombra, que me esperó, solícita, para demorarme en ella. Lo hice, a pie
de casa, bajo el kiwi, un año más.
jueves, 23 de agosto de 2012
El Jarama
Uno no sabe a santo de qué la editorial RBA presenta El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio
(edición de 1995), como una novela que “delata de forma implacable el atroz
vacío de una vidas”. Ni esa implacabilidad ni la atrocidad de ningún vacío los
vio uno en página alguna. Por un lado tenemos un grupo de chicas y chicos
veinteañeros, procedentes de Madrid, que pasan en la orilla del Jarama un domingo
de algún verano de los primeros años de la década de los cincuenta, y por el
otro el discurrir coloquial entre los propietarios, los clientes habituales y los
de paso de una taberna cercana a ese mismo río. Hablan aquellos y hablan estos
de temas cotidianos, más livianos unos, menos livianos otros, con perfecta
normalidad dominguera. Podrían esperarse toneladas de cotilleo inmisericorde,
de cutrez española años cincuenta, del bordoneo de las moscas en torno a las
tarteras. Pues no. Estamos ante gentes educadas, sensatas, sin grisalla
postguerracivil, con sus penurias y sus alegrías, sus agobios y sus diversiones.
A unos les va mejor; a otros peor. Aquel “atroz vacío”, de tenerlo, lo
disimulan pero que muy bien. Supongo que, en día de domingo, lo han dejado en
casa. Los jóvenes se comportan como jóvenes; los mayores como mayores; el propietario
de taberna como un propietario de taberna. Son hasta muy cliché, si se quiere,
a tantos años vista. Pero no son marionetas de ninguna ideología
vacíoexistencialistadepostguerra, y si lo son el que esto escribe no se ha
enterado. El final termina con tragedia, sí, pues una de las chicas muere
ahogada en el Jarama. Pero no es la típica desgracia que espabila a quienes
estaban presos en un marasmo vital. Lo que ocurre es que, entonces como ahora,
la gente puede morir ahogada un domingo de verano.
lunes, 20 de agosto de 2012
La mujer cananea
La mujer
cananea le grita: “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un
demonio muy malo”. Pero Jesús no atiende a su ruego. Los discípulos interceden
por ella: “Atiéndela, que viene detrás gritando”. Jesús insiste en su
desatención: “Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”. Ya sólo
vale que la cananea corra hasta él y, de rodillas, le implore: “Señor,
socórreme”. Jesús se niega una vez más con increíble dureza: “No está bien
echar a los perros el pan de los hijos”. ¿Qué opción le queda a la pobre
cananea para ablandar el corazón de Jesús? Humillarse todavía más, “emperrarse”:
“Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de
la mesa de los amos”. Ante esta réplica, humilde hasta el extremo, tenaz,
ardiente, Jesús se rinde: “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que
deseas”. Y su hija queda curada.
No a la tercera sino a la cuarta te dejas vencer, Señor. ¿Por
qué te muestras aquí tan duro, de modo que no vale el primer ruego de la
cananea, ni la intercesión de los discípulos, ni tampoco su segundo ruego, y
sólo cuando como un perro te suplica le cumples su deseo? ¿Qué enseñanza quieres
transmitirnos? ¿Será que tu majestad puede mostrarse “dura” para forzarnos a un
ruego que nos humille ante ti, porque tú sabes que esto es bueno para nosotros?
¿Te haces de rogar para que roguemos hasta la suprema postración, pues sólo así
se manifestará el ardor de nuestra fe? La mujer cananea pudo darse por vencida
tras tu primera negativa, o tras la segunda. Si lo hubiera hecho, ¿te habría
decepcionado? Pero no lo hizo y al final, admirado tú por su fe tan grande, le
concedes lo que pide.
(Entre Escila y Caribdis)
(Entre Escila y Caribdis)
domingo, 19 de agosto de 2012
El cielo nublado
Las nubes se hacen una cuando el cielo se nubla en una sola
tonalidad grisácea. Las moles algodonosas y blanquísimas, las tiras desgajadas
y evanescentes, los cantos rodados, los perfiles y los volúmenes: todo esto
desaparece. A cambio, una masa sin atributos que se limita a tapar el cielo es
lo único que vemos.
La ventana
Mirador, respiradero, lucerna: la ventana. Paisaje, aire y luz al
abrigo de nuestra casa.
viernes, 17 de agosto de 2012
Los aires difíciles
Los aires son realmente difíciles en Los aires difíciles, de Almudena Grandes, y en ellos a duras penas
sobreviven sus protagonistas, sobre todo Juan Olmedo, al que gustosamente
cederíamos nuestra capacidad de respirar por hacérsenos insoportable verlo al
borde de la asfixia o ya asfixiado. Si nos hubiera contado la autora los
pasajes de su vida en las que no le faltó el aire se lo hubiéramos agradecido.
Este parece que se presenta al final, quedando abierta por fin una vida nueva “ante
el empuje de aquel viento formidable, poderoso y paternal como un dios clásico,
y tan apasionadamente leal, tan imprescindible”, un “levante” que “se lo lleva
todo” y deja “una casa nueva, diferente, limpia, que retenía el espíritu del
viento”, también para el lector, que, junto con los personajes, por fin respira.
jueves, 16 de agosto de 2012
miércoles, 15 de agosto de 2012
El trabajo
El verano, no por ser sin más verano sino por ser también la estación de las vacaciones, se propone durar siempre aunque al fin, como las otras estaciones, caduque. Ese anhelo de eternidad que le es propio se lo inyectamos nosotros, porque, con su venida, viene el tiempo del descanso y el ocio creativo, que es lo que en verdad nos corresponde como seres del paraíso. El trabajo, en tanto que tarea “infeliz” (“ganarás el pan con el sudor de tu frente”), nos es esencialmente ajeno. La redención incluye la eliminación de esta condena y la implantación sin límites de la creación gozosa.
Pero la necesidad agudiza el ingenio, también la necesidad de felicidad. Así, las distintas sabidurías han ido dorando el trabajo para que pareciera menos malo de lo que es, hasta el punto de oírnos decir que “si no haces lo que te gusta, consigue que te guste lo que haces”, lo que se me antoja harto difícil, sobre todo si eso que no nos gusta alcanza el grado de horripilante, ya sea por su rutina, por su penosidad o por su dureza. El trabajo que no es tal es el que, por su gozo, haríamos aunque no nos pagasen. Cualquier otro lo es, antiparadisíaco y fruto de la caída original.
martes, 14 de agosto de 2012
El payaso trompetista
En una inspección casera para reunir cosas que pudiéramos
llevar a un mercadillo que se organizó en el pueblo y en el que cada cual podría
escoger a su gusto objetos y prendas y quedárselas sin pagar nada, María
rescató de un armario oscuro del desván uno de los más longevos y apreciados
bibelots de nuestra casa: un payaso trompetista de colores brillantes. No
mereció haber estado ahí durante tantos años, a donde lo llevo a buen seguro un
cambio en nuestras preferencias decorativas. Pili aplaudió el rescate cuando lo
vio en la cómoda del pasillo de arriba, toda vez que había sido un regalo que
le había hecho su amiga Mabel hace un montón de años. Le encontré un lugar
mejor para su lucimiento en un estante de mi habitación, donde está ahora todo ufano,
a salvo, espero que para siempre, de ya improbables cambios en nuestro gusto.
viernes, 10 de agosto de 2012
La recompensa
Después de
cuarenta y seis años de vida sacerdotal en Puerto Rico vino, a sus setenta y
cuatro años, a pasar el resto de su vida entre nosotros. Pero no aguantó el
envite, nos cuenta en su carta, de los rigores del invierno, con su secuela de
rinitis, artritis y tortícolis, las largas tardes de soledad y aburrimiento en
su piso, las escaleras que, para acceder a él, un 2º sin ascensor, lo mataban, y
otros motivos.
Marchó diciendo
que volvería después de una estancia cuya duración no precisó. A mi tío Darío
le extrañó que llevara una maleta tan cargada de cosas. Su carta al fin reveló
que se quedaba en Puerto Rico. No se había despedido para evitar el alto coste
emocional que ello le hubiese supuesto y todas las explicaciones que habría tenido que dar.
Ahora entiendo su insistencia en que no saliera del grupo familiar la noticia
de su ida, que nosotros creímos que tendría vuelta. Frente a unos posibles
comentarios que lo tildasen de débil y voluble, arguyó su derecho, desde la
pausa de la reflexión y después de un año de vida aquí, a seguir su rumbo.
Nunca
percibimos su desánimo. Anunciaba su llegada a casa, como siempre, con su
típico silbido, y en la mesa nunca dejó de mostrarse contento, ocurrente y
pródigo en chistes.
A mi madre, la noticia de que no regresaría a España la
disgustó profundamente. “Mamá, ¿no crees que el montón de amigos y fieles que
tiene en Puerto Rico son, en cierto modo y después de más de cuarenta años de
vida allí, su verdadera familia?” “Sí, los hermanos, hermanas, madres, hijos
que, como dice el evangelio, serán la recompensa de los que dejan todo para seguir
a Jesús”.
jueves, 9 de agosto de 2012
Benjamín
Se llama
Benjamín y es de Extremadura. El acento oscurece mucho su voz, la cierra, y
hace que le salga como a empellones. De rostro afilado y muy moreno, ojos
pequeños y verdes y nariz puntiaguda, cuadraría a la perfección en la banda de
Curro Jiménez. Trabajaba en la construcción y, como tantos otros miles de
obreros en España, se fue al paro. Desde hace más de un año, cada mes o mes y
medio aproximadamente, recala en nuestra casa, toca el timbre y pide una ayuda.
Somos una de las estaciones de su “circuito”. Esto del “circuito” ya lo había
oído de labios de mi amigo Emilio, refiriéndose a los que vivían de hacer el
suyo en Castilla-León, y que incluía entre sus altos las delegaciones diocesanas
de Cáritas.
No sé cuál es
el de Benjamín ni cómo se desplaza de un sitio a otro. Hace unos días apareció
de nuevo por aquí. Le mostré mis dudas sobre si debíamos seguir ayudándole,
pensando que me las había ante un profesional de la petición. Fue entonces
cuando me contó lo de su trabajo en la construcción y el paro posterior, que
había otros que como él hacían lo mismo y también pasaban por Silleda, que sus
pies estaban deshechos y que por eso llevaba puestas unas zapatillas de cama.
Me preguntó si tenía una chaqueta, pues hacía un poco de fresco. La tenía, como
tuve en ocasiones anteriores una mochila y un saco de dormir. Ni que decir
tiene que uno da lo que le sobra y que la caridad es mínima.
¿Cuál sería su reacción si se le ofreciese un trabajo: agrado o sobresalto?
miércoles, 8 de agosto de 2012
Una leona
Parecía un cruce entre un león y Tina Turner. Del primero tenía
su melena; de la segunda ciertos aires escénicos, que en la mujer del aeropuerto
de Casablanca se volvían montunos y desmadrados. Llamarla un “fenómeno de la
naturaleza” no hubiera resultado del todo inexacto: excesiva, abundante, ceñida
por su ropa prieta, no paraba de moverse sobre sus tacones inmensos. Desde
algún sitio, un punto dulce mantenía sujeto tanto poderío.
lunes, 6 de agosto de 2012
Un arquitecto camerunés
Estuvo bastante rato con su portátil sobre las piernas viendo
lo que a mí me parecieron proyectos de arquitectura. ¿Se trataba de un joven
arquitecto camerunés? Bien pudiera ser. Después estuvo otro buen rato
escuchando música y viendo videos. A nadie llamaba la atención, lo cual hacía pensar
que la informática ya era moneda corriente para los viajeros cameruneses que habían
subido al tren en la estación de Yaoundé. Como toda pantalla -la de los televisores
en una cafetería es el mejor ejemplo-, atraía tontamente mi atención una y otra
vez. El presunto arquitecto vestía un jersey gris de franela, unos pantalones
cortos de color verde militar y calzaba unos deportivos. Cuando lo venció el
sueño se acodó sobre sus piernas, que, alto como era, a duras penas encontraban
su sitio contendiendo con las de su vecina de enfrente, y se puso a dormir.
domingo, 5 de agosto de 2012
Más cerca del mal
No los quiere el cielo porque “vivieron sin gloria”, ni los
quiere el infierno porque “vivieron sin infamia”. Vale, pero ¿por qué los
coloca Dante ante las puertas del infierno y no ante las del cielo? Además de
las razones de forma y fondo que tienen que ver con la arquitectura de la Divina Comedia, ¿no contará también que
su medianía no ocupa un exacto punto medio entre el mal y el bien sino que
queda más cerca de aquel que de este, más cerca por eso del infierno que del cielo?
jueves, 2 de agosto de 2012
miércoles, 1 de agosto de 2012
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