martes, 13 de diciembre de 2011

Persona y personaje


Cuando eres todo lo que representas y representas todo lo que eres, eres perfecto. Por eso nadie lo es, pues algo o mucho de lo que somos escapa a la representación, que traduce así sólo un porcentaje de nuestra identidad. Nada de nosotros debiera quedar retenido sin poder expresarse, lo que desvela nuestra impotencia para ser todo lo que estamos llamados a ser. Una cosa es que seamos misterio y otra muy distinta no poder disponer de nosotros mismos en totalidad.
En Jesucristo, hombre perfecto, no se da esta fractura. En él, dice von Balthasar, identidad y misión coinciden. En lo que dice y hace está todo él. No le queda espacio para ser cosa distinta de lo que es, pues todo él es uno, el enviado, el ungido, el hijo. Entendiendo la vida en clave calderoniana (El gran teatro del mundo), sólo él habría hecho a la perfección su personaje; el mejor actor habría sido él, vaciado del todo de lo que no es él, su misión, su envío. Persona y personaje coinciden en Cristo.
En nosotros no, otra fractura más fruto de la original, la del principio de los tiempos. Como no somos dueños de toda nuestra persona, nos está vedado manifestarla por entero en el personaje que somos ante el mundo: persona y personaje no aciertan a coincidir, y así, además de ser misterio, somos problema, incógnita, irresolución, seres que “fingen” y “actúan” porque no saben “ser”. Cristo es sólo misterio, y como tal se revela plenamente. Su persona se dice por entero en su visibilidad. No esconde nada, no retiene nada, nada tiene que ocultar. Nosotros sí: una parte ha quedado en manos del pecado, la impotencia, la debilidad.

 (Chantal)

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