martes, 31 de mayo de 2011

El árbol

El árbol que no nos deja ver el bosque se venga del bosque que no nos deja ver el árbol.

Soy, mírame

Pasó la edad de la posesión, tan llena de servidumbres, y vivo ahora de visiones, lo que está al alcance del ojo aunque no lo esté de la mano. Ésta ya no se quiere prensil sino saludadora, indicadora. Los ojos, ofrecidos y humildes, comunican la alegría de ver y de ser vistos.

lunes, 30 de mayo de 2011

El búho de Minerva

Con respecto a determinados hechos prefiero un análisis sociológico detallado que me de cumplida información antes que especulaciones que, en su prisa por querer dar cuenta de la esencia del fenómeno, pasan por alto muchas cosas de su existencia, bien por pereza, por impaciencia, por ligereza, por irritación o por todo a la vez. Hay reflexiones que, pretendiendo ahondar en los fenómenos, no hacen otra cosa que disolverlos para, convertidos en pompa de jabón, poder deshacerse de ellos soplándolos. Pero parece que dan ya por supuesto que se trata de pompas de jabón sin esperar a que los hechos lo confirmen.
Es al anochecer, en el tiempo del reposo y una vez transcurrido el día, cuando el búho de Minerva se echa a volar. Otros lo hacen nada más amanecer. A veces aciertan, claro, en cuyo caso no se puede hacer otra cosa que felicitarlos por su afortunada clarividencia.

domingo, 29 de mayo de 2011

Apenas sensitivo

Apenas sensitivo, de Andrés Trapiello. Pues eso, apenas sensitivo, menos largo y por eso menos profundo. Con los anteriores tomos de su viarionovela El salón de los pasos perdidos, había que superar la pereza inicial de tener que habérselas con un tomazo, pero una vez dentro el gozo era completo. Con Apenas sensitivo ocurre justo lo contrario. La prontitud inicial, una vez dentro, se muda en aburrimiento. Las cosas que cuenta Trapiello necesitan largor para que no pierdan hondura. Del tijeretazo que aplicó al primero se resiente, y mucho, la segunda. La anécdota es sólo anécdota, lo ligero es sólo ligero: no vuela porque le falta aire. Lo de siempre que nos parecía siempre nuevo aquí suena a viejo, a un “ya me lo sé” que no nos endulza la boca. Trapiello se repite en esta entrega para mal. Su “más de lo mismo”, gloria de su obra, aquí se vuelve contra él y lo acusa. Al haber achicado la habitación todo se ha comprimido y perdido grandeza. No tendría que haberla desinflado porque ha expulsado un aire que no sobraba sino que era su sostén y su salsa. Sin caldo no hay sustancia.
O a lo mejor es que nos acostumbró mal y ahora somos nosotros los que nos resentimos. Puede ser.

sábado, 28 de mayo de 2011

No sé, no opino

Recuerdo una entrevista impresa de hace muchos años a Fernando Fernán Gómez, cuyas preguntas, casi todas no referidas a sus actividades habituales, fueron contestadas del siguiente modo: “Lo siento, no tengo suficiente información sobre el tema y por lo tanto me abstengo de responder”. Y así, una tras otra. Fue tronchante. Ignoro en qué medida pretendía ser un borde y en qué medida no, pero a mí ese día me ganó para su causa, porque el entrevistador parecía un enviado de las Naciones Unidas deseoso de obtener respuestas precisas de nuestro prócer acerca de todos los problemas mundiales habidos y por haber.
Evidentemente, de seguir esta actitud a rajatabla nunca hablaríamos de muchos problemas que nos preocupan a todos y de los que nunca tendremos información suficiente, pero no vendría nada mal una dosis diaria de ella en según qué pronunciamientos, muy afectados de orgullo y muy poco de conocimiento. Yo tengo días en que lamento no haberme tomado un bote entero.

jueves, 26 de mayo de 2011

Imperfección perfectible

En aras de la perfección imposible desechamos muchas veces la imperfección perfectible. Para que tal cosa no ocurra importa sobremanera que la segunda haga honor a su adjetivo y se perfeccione, que esté siempre tensa en dirección hacia lo perfecto aunque no lo alcance nunca. Se traiciona a una realidad si, sabiéndola imperfecta, no se trabaja para mejorarla. La democracia, por ejemplo, si no mantiene siempre abiertas sus ventanas para que corra el aire, puede enfermar y morir, no de ella misma, sino precisamente de su ausencia, de los estímulos y mecanismos que permiten fortalecerla. Es el único sistema político que, si permanece fiel a su esencia, no se acomoda sino que, puesto en pié, querrá siempre más de sí misma, por lo que no dejará de añadir nuevos filtros y lentes correctoras para ver por donde acecha el enemigo y terminar con él.
“Este es el gran señuelo del totalitarismo. Mientras la democracia mantiene a los hombres en un estado permanente de impureza, el totalitarismo es un Jordán purificador maravilloso. Mientras el demócrata tiene que subir un calvario con la cruz a cuestas, cayendo y levantándose entre la befa y los salivazos de la canalla irritada, el totalitario aparece ante las masas humildemente postradas como un arcángel resplandeciente” (Manuel Chaves Nogales, La agonía de Francia).

miércoles, 25 de mayo de 2011

Destroyer

En plena euforia por la victoria conseguida siempre me asalta el temor de que el partido ganador se tome algún tipo de venganza, que se les cuele en el magín un “ahora veréis”, como si haber estado en la oposición hubiese sido un agravio que se les haya infligido. Uno espera que los más de cuarenta años de democracia que tenemos a nuestras espaldas lo hayan sido también de adiestramiento democrático, de modo que tentaciones como la señalada mueran en el mismo momento en que nacen, si es que nacen, en las cabezas de los ganadores, y seguro que es así. Mi imaginación no obstante insiste en traerme el cuadro del ganador neófito como un destroyer que hace borrón de todo lo hecho anteriormente para postularse como un Adán en ese feudo en el que querrá erigir su particular paraíso.

lunes, 23 de mayo de 2011

Junio de 1996: el camino de Santiago

Hice el camino de Santiago porque E. me convenció para que lo acompañase. Me pareció un buen modo por otro lado de visar un año de fructífera sanación psicológica. El tiempo de que disponía E. impidió que saliésemos de Roncesvalles; el punto de partida sería Pamplona. Allá nos fuimos un día del mes de junio de 1996. Una vez que llegamos al albergue pamplonica no recibimos mejor noticia para iniciar la marcha el día siguiente que saber que el día anterior un francés de cierta edad había muerto allí debido a un infarto. Nos salieron alas en los pies nada más saberlo.
Muy mercuriales salimos pues al día siguiente, a golpe de corazón, con la intención de hacer cada jornada en torno a treinta kilómetros para poder estar en Santiago veinte días después según la fecha prevista por E. En la tercera etapa, si mal no recuerdo, tuvo luchar “el hecho malo”. Cuando cruzábamos un pueblo cuyo nombre ya he olvidado me escocían tanto los pies que me senté en un banco para descansar y airearlos. ¡Cómo se puso E.! Tronó como un basilisco completamente fuera de sí, reprochándome no mi cansancio sino el hecho de sacarme las botas, cosa que no debía hacerse porque, según un tío suyo, y aquí me tableteó cual ametralladora las explicaciones del susodicho. Seguramente tenía razón, pero la perdió toda al presentármela como lo hizo, ladridos de can cerbero que me condenaban como a un réprobo. Me quedé pasmado, hecho polvo, humillado. Desconocía esa faceta suya y en mi interior firmé el acta de defunción de nuestra amistad, o mejor, medio amistad, pues a más no había llegado. Por delante se presentaban casi tres semanas de camino solitario, cosa que no había previsto y me dejó desolado. La noche de ese día ominoso, en el albergue, medio aclaramos la situación, pero la brecha quedó abierta y ya no se cerró nunca. Juntos pero absolutamente no revueltos seguiríamos haciendo el camino: tal fue el pacto tácito que se selló.
Las palabras que cruzamos a lo largo del camino y hasta su finalización no fueron muchas. Pocos días después se avecinó un alemán, alto, con gafas, delgado, de pelo largo y lacio. ¿Era arquitecto? Creo que sí. Su interés por el camino se centraba en las construcciones románicas. E. tenía más reciente el inglés y por eso entendía y se hacía entender mucho mejor que yo, que no había vuelto a saber de él desde COU, en  el curso 19821983. La relación por tanto con Arquitecto fue más cosa de E. que mía. En una de esas etapas tuvo lugar “el hecho bueno”. Otro fin de jornada, otro albergue y una invitación del cura del lugar a quienes quisieran para compartir las experiencias de la parte del camino ya andado. Yo hablé de la dureza del camino, de mis dificultades físicas y psicológicas y de alguna que otra cosa más (de vuelta en Galicia, en una carta una vez más “ominosa”, E. me hizo saber que sintió vergüenza ajena ese día al verme tan débil, él, tan hercúleo, tan fuerte, “el Eterno”, como rubricó su carta). Al terminar la charla, se me acercó A. También alemán, rubio y con una calvicie más que incipiente, de rostro apuesto, apacible y decidido, supongo que mi tono y mis gestos, ya que no lo comentado por mí pues no entendía el castellano, le interesaron hasta el punto de preguntarme qué había dicho. Mi primera reacción fue el susto. El embarazo de tener que explicarle en un inglés arrumbado en el baúl de los recuerdos cuál había sido mi comentario me puso contra las cuerdas. Con nervios, malamente, lo hice. En ese momento, y éste es “el hecho bueno” arriba mentado, comenzó una amistad que dura hasta el día de hoy y que validó con sobresaliente la pena del camino. Ésta iba a ser ya sólo física. La alegría, acompañar y ser acompañado por A., con todo lo que ello implicaba: caminar juntos, descansar en los “break”, disfrutar de la llegada a los albergues, hablar y conocernos, reírnos mucho, destrozar yo el inglés de la pérfida Albión mientras envidiaba el de A., perfecto, etc.
A. había decidido hacer el camino para dilucidar su futuro. Tenía dos frentes abiertos: la universidad y la política, el doctorado y posterior docencia o un trabajo en los niveles más altos dentro del Partido Social Demócrata, en el que militaba. Creo que le atraía más lo segundo, y tal fue su opción cuando, tras previa llamada telefónica, le confirmaron que ocuparía un puesto de relevancia dentro del organigrama del Partido. Se alegró mucho porque ya podía enfilar su vida por un rumbo concreto. Bien que lo celebramos. Los años siguientes, siempre cargado él de muchísimo trabajo (el “a lot of work” constituiría desde entonces una cantilena), lo vieron en distintos destinos: Bruselas, jefatura de gabinete del Segundo de a bordo en la jerarquía del PSD, embajada alemana en Suecia… En la segunda ocasión que lo visité, la Semana Santa del 2004, en Berlín, me llevó a la sede de su partido, un edificio interesante, muy high tech, que me enseñó de arriba abajo. En el salón de reuniones de la junta directiva me invitó a sentarme en la silla destinada al entonces canciller Gerhard Schröder. He de decir que, si estaba impregnada de la erótica y retórica del poder, no se me pegó nada, o eso creo.
Lo mejor del camino, tanto para A. como para mí, fue la amistad que surgió entre los dos. Era el broche final de la respuesta que dábamos a los que, de vuelta en casa, nos preguntaban por nuestra experiencia en el Jacobusweg (camino de Santiago en alemán, que acabé utilizando de tanto oírlo). Pero hubo otras inefables alegrías: el baño en el agua helada de un gran pilón tras una tórrida jornada en aquel refrescante y hermosísimo albergue, las patatas fritas con huevos fritos y chorizo en San Juan de Ortega, la primera clara de limón que tomé en mi vida y me hizo inmensamente feliz en una taberna leonesa tras otra jornada muy calurosa… ¡Qué fuente de dicha es el agua para el muerto de calor, una bebida fría para el muerto de sed, un plato de abundante comida para el muerto de hambre! ¡Qué contento da el oasis al que viene del desierto! Y no puedo dejar de referir los gozos contemplativos: el abaneo de las mieses por efecto de la brisa cuando nos acercábamos a San Juan de Ortega, los altozanos coronados por pequeños pueblos con sus altas torres e iglesias que avistábamos desde lejos y que parecían tirar de nosotros, aquella hora de aquel día en aquel lugar, cuando cayeron las únicas gotas de lluvia de todo el camino, de un color gris violáceo, llena de silencio, muy alargada hasta un bellísimo horizonte, con cigüeñas que parecían reinas ajenas al mundo…
Dichas especialmente espirituales no las hubo, salvo que uno considere la amistad una de ellas. No me interesa, y sigue sin interesarme, el camino de Santiago como fuente de piedad y devoción. Ya comenté que si lo hice fue porque E. me animó a hacerlo. Ningún otro acicate obró en ello, tampoco ninguno específicamente cristiano. Me dejé llevar por una invitación, por la curiosidad, por el “a ver qué pasa”. Nada más. Y nada más que el camino diario, en su doble sentido, fue lo que tuvo lugar dentro del marco en el que me encontraba. No obstante tuvo que dejarme su particular impronta, pues no me explico de otro modo la honda emoción que siento cuando veo pasar a los peregrinos por detrás de mi casa prácticamente a diario, los que llegan por la vía de la plata, o los que me encuentro en la carretera a la ida o a la vuelta de Santiago, y no digamos ya los que son multitud en Compostela y se amontonan gozosamente en mis ojos. ¿Qué llevas, quién eres, peregrino, para que así me hables? Sí, la ruta jacobea en el mes de junio del 96 desde Pamplona a Santiago dejó en mí más de lo que yo alcanzo a ver.
A finales de junio llegamos por fin a la ciudad del Apóstol. Invite a A. a pasar unos días en mi casa. Surgió un flechazo entre él y M. Pero ésta es ya otra historia. Hoy A. sigue trabajando en el PSD, está casado con S. y tiene una hija, H., a la que adora.

sábado, 21 de mayo de 2011

La elipse, el círculo


Creo que las amistades sanas son las que se ajustan al modelo elipse, ese círculo que, presionado por arriba, se ensancha hacia los lados de modo que su centro se desdobla obteniéndose dos, cada uno de los cuales centra el extremo de la elipse en el que se encuentra, muy a sus anchas y con suficiente sitio propio, pero siempre mutuamente referidos y a la distancia justa dentro de su común espacio, el espacio de la elipse.
La relación de pareja en cambio, si es que en verdad aspira a hacer de dos carnes una sola, debiera ajustarse al modelo círculo, pues ninguno de sus miembros es planeta frente al otro sino más bien dos planetas superpuestos, siempre y cuando esta imagen no signifique el ahogo de cada uno de ellos sino su intimísima unión dentro de una intimísima diferencia.

Qué romántico

Fueron mi madre y una pequeña parte de la familia, que incluía a mi sobrina Martina, de tres años, a visitar la tumba donde está enterrado mi padre. Se le había dicho que iban a ver al abuelo Luis, al que no conoció, el cual, por no sé qué extraña razón, trocó ella en “tío Luis”, y que fue lo que iba repitiendo a cada poco. Una vez ante el nicho, le explicaron que al “tío Luis” tras morir lo habían metido allí pero que ahora estaba en el cielo.
-¡Qué romántico! -, exclamó Martina.

jueves, 19 de mayo de 2011

Frunces de un adiós

Es la primera vez que he tenido el deseo de tener un vaso con flores en mi cuarto. “Mamá, ¿me lo haces?” Le encanta hacerlos, no en vano lleva un montón de años preparando los de la iglesia. Su nota es siempre delicada, sin estridencias, no poniendo más que lo necesario, tanto en lo que respecta al volumen como al color. Sólo lo justo, lo que es justo, mamá. Ya se inclinan las ramas, y también las rosas, aunque no todas pues una se mantiene todavía erguida. Los dobladillos de los pétalos anuncian su retiro, frunces de un adiós, “otras vendrán tras nosotras, amigo”.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Hacer manitas

Agarras su mano sobre tus piernas y permanecéis así una eternidad, aunque tras un rato es sobre su regazo donde descansa tu mano entre las suyas. ¿Pero qué cambio es éste si ya no es seguro hablar de dos regazos y sí lo es decir que hay uno sólo, el de los dos? Deslizas el índice sobre el perfil de su mano; subes hasta la yema del meñique, bajas hasta la curva que hace con el anular, subes, bajas…, hasta el otro lado, donde el pulgar nace, demorándote en hacer círculos sobre el pulpejo. Con los dedos tamborileas después en su palma, ¿o son cosquillas? Te inclinas y la besas, y con ella pegada a tus labios te enderezas y dejas que la pasee sobre tu rostro. Si no significase ya lo que significa, ¡qué bonito sería decir que hacéis manitas!

El viarionovelista

¿Do fuir de las inclemencias del tiempo para, como un gato encerrado, pensar la cosa en sí sin más apoyo que una caña y la luz hialina de un fanal? ¿A un jardín de pólvora con tejado de vidrio, a los hemisferios de Magdeburgo, para ser el caballero asentado sobre su punto fijo, la manía de pensar las cosas más extrañas, locuras sin fundamento? Apenas sensitivo, dentro de una nube, semana tras semana con sus siete y nada modernos días vive troppo vero.

lunes, 16 de mayo de 2011

Viarionovela

“Tampoco sabría explicar qué son estos libros. ¿Diarios, novelas? Escritos como diarios y publicados como novelas, han acabado siendo una tierra de nadie. (…) Habrá lectores que los lean como diarios y quienes los lean como novela” (En la solapa de Apenas sensitivo, decimoséptimo tomo de Salón de pasos perdidos, de Andrés Trapiello), y quien los lea como una viarionovela, género nuevo que debemos a nuestro estupendo viarionovelista leonés.

domingo, 15 de mayo de 2011

Campaña electoral

La jeta sonriente postula paraísos, ulula al son que Pan extrae de su caramillo, desatando aleluyas en su séquito de bacantes y silenos. Cada cual con su pánico, todos escuchan la merced que prometen los ventosos Dionisos: “¡Panes calientes, envejecidos vinos!”

sábado, 14 de mayo de 2011

Recurrencias: Dame pena, clavo, espina, / dame vida

En el corazón tenía / la espina de una pasión; / logré arrancármela un día: / ya no siento el corazón. […] Aguda espina dorada / quién te pudiera sentir / en el corazón clavada.
(Antonio Machado, Soledades)

Unha vez tiven un cravo / cravado no corazón, / i eu non me acordo xa se era aquel cravo / de ouro, de ferro ou de amor. / Soio sei que me fixo un mal tan fondo, / que tanto me atormentóu, / que eu día e noite sin cesar choraba / cal choróu Madalena na Pasión. / “Señor, que todo o podedes / pedínlle unha vez a Dios, / dáime valor para arrincar dun golpe / cravo de tal condición”. / E doumo Dios, arrinquéino. / Mais…¿quén pensara…? Despois / xa non sentín máis tormentos / nin soupen qué era delor; / soupen só que non sei qué me faltaba / en donde o cravo faltóu, / e seica..., seica tiven soidades / daquela pena…¡Bon Dios!
(Rosalía de Castro, Follas novas)

Envíame una pena […] que despierte mi alma de su absorbente sopor.
(texto de una carta de Olive King, una de las protagonistas de La Primera Guerra Mundial en 227 fragmentos. La belleza y el dolor de la batalla, de Peter Englund)

miércoles, 11 de mayo de 2011

Vida de café

George Steiner, en una conferencia titulada Una idea de Europa (2004), afirma que “Europa está compuesta de cafés. (…) Si trazamos el mapa de los cafés, tendremos uno de los indicadores esenciales de la «idea de Europa»”. Y más adelante, “mientras haya cafés, la ‘idea de Europa’ tendrá contenido”. Y ahora un texto largo: 
“El café es un lugar para la cita y la conspiración, para el debate intelectual y para el cotilleo, para el fláneur y para el poeta o el metafísico con su cuaderno. Está abierto a todos; sin embargo, es también un club, una masonería de reconocimiento político o artísticoliterario y de presencia programática. Una taza de café, una copa de vino, un té con ron proporcionan un local en el que trabajar, soñar, jugar al ajedrez o simplemente mantenerse caliente todo el día. Es el club del espíritu y la poste-restante [apartado de correos] de los homeless. En el Milán de Stendhal, en la Venecia de Casanova, en el París de Baudelaire, el café albergó a la oposición política que existía, al liberalismo clandestino. Tres cafés principales de la Viena imperial y de entreguerras ofrecieron el ágora, el centro de la elocuencia y la rivalidad, a escuelas contrapuestas de estética y economía política, de psicoanálisis y filosofía. Quienes quisieran conocer a Freud o a Karl Kraus, a Musil o a Carnap, sabían exactamente en qué café buscarlos, a qué Stammtisch [mesa] se sentaban. Danton y Robespierre se reunieron por última vez en el Procope. Cuando las luces se apagaron en Europa, en agosto de 1914, Jaurés fue asesinado en un café. En un café de Génova escribe Lenin su tratado sobre empirocriticismo y juega al ajedrez con Trotski”.
En el café Comercial, en Madrid, recordé que para Steiner los cafés resaltan un aspecto identificador de Europa.
Si fuese coleccionista coleccionaría cafés. En el mencionado café madrileño, apostado en el fondo, gozaba de mi vista panorámica mientras esperaba a Cristina. A mi derecha, al otro lado de una especie de mostrador, un hombre y una mujer hablaban sobre algo que estaban mirando en uno de esos portátiles que tienen una manzana a la que le han dado un mordisco. Otro chicochica a mi izquierda, dos o tres mesas más allá, hacía lo mismo con otro portátil con la misma manzana. Justo enfrente, un hombre de nariz pronunciada, frente despejada y melena peinada hacia atrás y de color ceniciento, leía el periódico. Al poco rato llegó alguien que se le parecía muchísimo; debía ser su hermano. Se saludaron efusivamente y se sentaron. Por su aspecto, bien pudieran ser dos instrumentistas de un cuarteto de cuerda, el violinista y el violanista. Tras una mesa vacía, una pareja gay no dejaba de hablar. En realidad hablaba sólo uno, mientras el otro, completamente embebido, tenía puesta su mano en la del primero, acariciándola. Un poco más allá, tras otra mesa vacía, dos alemanes con el ojo en el rabillo miraban envidiosos a los primeros. A mi izquierda, enfrente del homoparlanchín y su colega, tres amigos parecían estar celebrando un reencuentro después de mucho tiempo sin verse. Su conversación era animada, muy gestual y alegre. Se les veía felices estando juntos. Y más gente, con su periódico, su conversación, su café, su bebida. Los camareros de estos cafés antiguos son todos iguales: chaqueta blanca con cuello militar, pantalones negros, zapatos ídem, jeta fea, con más de 50, y lo justito en cuanto a amabilidad. Suele haber uno al que le asignan el papel de borde.
Vida de café, vida de calle al otro lado de la cristalera. Vida de Europa.
Llegó Cristina. Alcé la mano para que me viese. Se sentó y nos pusimos a conspirar.

martes, 10 de mayo de 2011

M. C.

Si hubo un ángel tutelar en mi vida fue M.C. Durante mi estancia en Salamanca, donde sufrí durante año y medio la noche más oscura de mi historia personal, fue ella la que me asistió con sus vigilias y sus desvelos, literales estos últimos más de una noche como me confesó en una ocasión. Hubo días en que me llamaba no una sino hasta dos veces. Descolgaba el teléfono y me colgaba a él como un naufrago a su tabla. ¡Teléfono de la esperanza! Ninguna otra tutela en mi vida me guareció como la suya.
En estas condiciones, por un lado mi estado absolutamente carencial y por otro los veintes años que me llevaba, nuestra amistad se ajustó inevitablemente a un patrón maternofilial que el paso del tiempo se encargó de derribar. Yo dejé de ser el joven necesitado de auxilio y me convertí en adulto. Algo, o mucho, se perdió en el tránsito. En mi caso, a aquella intensidad primera no la sucedió una segunda donde yo debiera de ser ya no sólo receptor de amor sino igualmente dador como ocurre en las amistadas niveladas. Una vez, tratando de aclararme y de aclarárselo, algo debí de hacer mal para que, en conversación que tuvo después con S., amiga de ambos, se echase a llorar al contárselo. ¿No me expliqué yo bien, no lo entendió bien M.C., ambas cosas a un tiempo? Queriendo yo decir que el tipo de amistad anterior ya no era posible, ¿interpretó ella que ya no se mantendría bajo ninguna otra forma? No lo sé. La amistad no se interrumpió y sigue a día de hoy, pero creo que vive más de los ecos de aquel pasado que de las voces del presente.

lunes, 9 de mayo de 2011

Un biombo en Maxim´s

¿Quieres que a ti y a tus acompañantes os rodeen con un biombo en el restaurante Maxim´s de París? Pues no dejéis de practicar allí lo que hacéis normalmente cuando coméis juntos, el “Oye, pásame un trozo de tu faisán. ¿Quieres probar mi buey? Acerca el plato, que te doy un pedazo”, algo muy evangélico al fin y al cabo, ¿no?, por aquello de Hechos de que “todo lo tenían en común” (4, 32) y esas cosas. Les pasó a A. y sus hermanos y cuñadas, así que no perdáis la ocasión.

domingo, 8 de mayo de 2011

R.

Entre mis 15 y 18 años conté con la amistad de la que entonces me parecía una mujer adulta, si bien sólo me llevaba seis. Con más de veinte yo la veía ya al otro lado de la frontera, muy avanzada en la vida. A esa edad tal diferencia de años es ciertamente significativa, pero ello no impidió que en todo momento fuera una relación entre iguales, si bien la hechizante era ella y el hechizado era yo, hechizo activo y pasivo que se fueron acomodando con el paso del tiempo. Tenía un tipo de intuición a la que no haría justicia calificar de meramente “femenina”. Lo era, pero en un grado especial, en la que se mezclaban aires infantiles con habilidades de maga. El paso de la luna llena por su rostro le otorgaba un brillo especial, pleno de sosiego y plenitud, que la hermoseaba con rara luz. Una noche me desperté sobresaltado, sin saber por qué. Al día siguiente, R. me preguntó: “¿Te ocurrió algo la pasada noche?” “Así que fuiste tú, bruja”. Me habló algunas veces de sus capacidades paranormales, pero nunca me quedó del todo clara esta zona de su ser. Su presencia, blanca y misteriosa, me acompañó en mi paso a la primera madurez.

sábado, 7 de mayo de 2011

Filosofía coja, manca, sorda y ciega

S. me cuenta que cuando estudió filosofía en la Complutense, entre el profesorado había un cojo, un manco, un sordo y un ciego. Faltaba un mudo para completar la manita. Con que se tenga cerebro (¿y corazón?), puede uno dedicarse a la filosofía. Tampoco se necesita ser guapo. Sócrates era muy feo.

jueves, 5 de mayo de 2011

Por aburrimiento

Algunos descarríos se abandonan no por virtud, sino por aburrimiento. Lo que no consigue la primera lo logra el segundo; no hay victoria sino mero devenir, porque la cuota de “plenitud” de aquéllos se esfuma y sólo queda su vacío. Si no pretendemos substituirlos por ningún otro, puede consolarnos el hecho de que ya no seguiremos buscando donde sabemos que no hay nada que encontrar.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Ernesto Sábato 3: una profunda simpatía

La fuerza con la que suscitó Sábato en mí un enorme cariño no lo logró ningún otro escritor. A este respecto, el del corazón, es para mí el primus: yo a Sábato lo quiero. En sus personajes puros, casi siempre jóvenes, el autor de El túnel se revela como un desvalido y apasionado buscador del absoluto. Martín, Alejandra, Carlos, Nacho, Agustina, Marcelo, Silvia, son trozos de su alma. Superada la infancia y la adolescencia, tienen por delante una vida por hacer: representan en consecuencia el anhelo casi trágico por la verdad. Es evidente que Sábato siente predilección por ellos, por la fuerza de su futuro pero también por el peligro de su presente. Por eso los arropa, los cubre de ternura, los impulsa, sufre con ellos. ¿Acarició el escritor argentino mis fibras más íntimas porque cuando lo leí tenía la edad que tienen sus protagonistas, arrimos que sentí como los de un padre? Pero no menos fuerte fue mi deseo de proteger al propio Sábato, al imaginarlo confuso, desamparado, deseante de un absoluto que se revele como amor, de un amor que se revele como absoluto. Conmigo Sábato, y ojalá que con otros muchos, logró lo que acaso desea todo escritor: una profunda simpatía, en el sentido más literal de la palabra.

martes, 3 de mayo de 2011

Ernesto Sábato 2: la carta

Santos Lugares, 29 de noviembre
Gracias, infinitas gracias, querido Jesús Ares, por su carta, que sólo ahora puedo responder porque he andado con toda clase de calamidades: gripe virósica y preocupaciones económicas. Estoy saliendo poco a poco de eso, y me encuentro aquí con una enorme cantidad de correspondencia y de cosas que debo hacer con urgencia, y que aún no he podido lograrlo. Espero que usted me escriba, y que me mande su tesina
[Esto entra en contradicción con lo que conté en la entrada anterior. O bien yo sólo le dejé una carta y no la tesina, o bien Sábato no es consciente en el momento en que me escribe de que la tesina ya obra en su poder. Me inclino por la primera opción], aunque no tendré tiempo de leerla, pero lo hará la persona que se está ocupando de hacer una introducción a las exégesis de mi obra, que será publicada por Seix Barral. Ya entró en prensa, pero quizá pueda aparecer en una segunda edición [Aquí se abre un misterio. Nunca supe de la existencia de tal libro, y me investigación incluyó una llamada a la editorial Seix Barral]. Con mi profundo agradecimiento.
He escrito fervorosamente sobre los desdichados gallegos y sobre la forma de recuperar la auténtica lengua viva, como lo hizo la gran Rosalía, no mediante una lengua ya muerta: con los aldeanos. Un abrazo fraternal de
E. Sábato.

Ernesto Sábato 1: con mi tesina hacia Santos Lugares

El mes de noviembre de 1993 lo pasé en Buenos Aires. Había llevado conmigo mi tesina de licenciatura en teología, Dimensión teologal de la obra de Ernesto Sábato (quien esté interesado en leerla, la tiene a su disposición en la parte derecha del blog), pensando que acaso me sería posible visitar al autor argentino, estrecharle la mano, darle las gracias por su obra y su persona, charlar con él. Este encuentro era lo que yo anhelaba. Lo otro, mi tesina, que me valdría como pretexto para presentarme en su casa, sería mi regalo, con la esperanza, no voy a ocultarlo, de que la encontrase digna de su obra.
Después de unos días de estancia en la casa en la que me hospedaba, conocí a unos vecinos, un matrimonio agradabilísimo. Él había ejercido como médico antes de quedarse hemipléjico. Ya no recuerdo su nombre ni el de su mujer. Un día de me invitaron a pasar un rato con ellos; también acudió una amiga de la pareja. Durante la conversación acabó saliendo el tema de Sábato, de mi pasión por él y por su obra, de mi tesina y de mi interés por visitarlo. La pasión era compartida y se ofrecieron a llevarme ellos mismos. No fue poco mi susto al ver que al volante se había sentado él; era evidente que su hemiplejía no le impedía conducir. Pero yo pensaba en el tráfico endiablado de Buenos Aires. Vale, sería una inquietante aventura, que bien valdría la pena si me iba a conducir hasta la casa de Sábato, en el barrio de Santos Lugares. El trayecto fue emocionante, dadas las circunstancias, y no hubo bajas. Al fin llegamos: me hallaba ante la casa del autor de Sobre héroes y tumbas, apenas oculta por unos árboles que había delante, todo al otro lado de una verja, como se puede ver en la foto que adjunto. Pulsé el timbre. Estaba muy nervioso. Se escuchó la voz de una señora. No era la mujer de Sábato, que yo sabía que estaba enferma. Después de ponerla al corriente de mis intenciones, me dijo que Don Ernesto no podía recibirme y que dejase si quería mi tesina en el buzón, cosa que hice, incluyendo una carta (la había escrito previendo que la visita no llegase a realizarse) con las señas de mi domicilio en Buenos Aires y en España.
¿Decepcionado? No y sí. Mentiría si no dijese que me alivió el hecho de que se me hubiese ahorrado el trago de verme ante el gran Sábato. Pero yo había ido allí para verlo y estar con él, cosa que no había ocurrido. Junto al alivio primero sentí también la tristeza por el deseo no cumplido.