martes, 1 de marzo de 2011

¡Levántate!

“Quien mueve las piernas mueve el corazón”, decía un viejo anuncio de una bicicleta estática. La frase podría aplicarse a todo hombre que, tras el golpe de una desgracia y su posterior hundimiento, intenta con todas sus fuerzas, a la par que lamer sus heridas, engancharse de nuevo a la vida, caminar, mover las piernas para que el corazón, parado y roto, también se mueva.
La parálisis en que nos dejan los duros reveses de la vida ha de encontrar en nosotros la única respuesta posible: el movimiento, salir de donde no hay vida para ir a donde sí la hay, a ciegas al principio pues tal vez no sabremos dónde podremos reencontrarla, pero en cualquier caso en movimiento. Poco a poco este mismo movimiento será el que, activando el aire en derredor, despejará las brumas y permitirá que la luz vaya llegando, que el camino se vaya viendo.
En el diario del escritor Julian Green podemos leer lo que sigue: ”Lectura del libro de Josué. Anoto algo que me ha conmovido: Josué, consternado por la derrota de sus tropas, que han huido ante la presencia del enemigo, invoca al Eterno acostándose sobre la tierra, la cara hundida en el polvo. El Eterno le habla rudamente: ‘¿Por qué te echas sobre tu rostro? ¡Ponte en pie!’ Yo creo que en circunstancias difíciles también nosotros tenemos tendencia a echarnos, si se puede decir así, interiormente sobre el polvo, pero si prestamos atención, escucharemos una voz que nos dice: ‘¡Arriba, levántate!’”.
Es cierto. Este “¡arriba, levántate!”, si prestamos oídos a nuestra voz más profunda, es la que se deja sentir cuando otra parte de nosotros nos dice: “¡abajo, acuéstate!” Es obvio que también tenemos derecho a lo segundo, pues necesitamos el descanso, reponer fuerzas, ausentarnos de la lucha por la vida y vacar, vegetar. Estos reposos son reparadores.
Pero hay descansos traidores, huidas del camino, en los que creyendo descansar no hacemos otra cosa que ponernos a morir porque ya no queremos saber nada de la vida, como si nos enroscásemos sobre nosotros mismos para que nada ni nadie nos distraiga de la tumba en la que nos hemos instalado.  Es entonces cuando urge escuchar y hacer caso a esa voz salvadora que nos pone en movimiento y nos devuelve a la vida.

2 comentarios:

Cristina Brackelmanns dijo...

Es muy interesante eso de que haya de moverse aunque sea a ciegas. Que se haga no sólo el camino, sino la luz, al andar.
Interesante y difícil, pero tienes razón, tumbarse, aunque a vecesm llame tanto, es eso que el nombre indica.

Jesús dijo...

Vaya, no había caído en la cuenta de la relación entre "tumbarse" y "tumba". Y la referencia machadiana, qué bonita.
Gracias, Cb.