miércoles, 17 de noviembre de 2010

La bendición

Se le acercó tristísima, con la intención de saludarlo, y un súbito “padre L., bendígame” le salió de las entrañas. El padre L., que acababa de llegar después de hora y media de viaje con su propia maraña de decisiones tomadas y partidas inminentes, se quedó muy sorprendido y sin capacidad de reacción. Como al mismo tiempo otros familiares se acercaron a saludarlo, creo que D. se quedó sin su bendición en medio del barullo. Además, ¿era posible que la obtuviese allí, en medio de todos, cuando el acto hubiese requerido la más absoluta intimidad? Esa cruz trazada sobre su frente hubiese sido el óleo de la fortaleza de la que estaba tan necesitada. Sin embargo, ¿quién negaría que, aun en ausencia de signo y palabra, quedó bendecida? ¿No valió por un “yo te bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” la petición de socorro de ella, la mirada sorprendida y confusa de él?
A lo largo del día siguió tristísima. Sigue tristísima. Pero la bendición la acompaña.

3 comentarios:

Fernando dijo...

¿Quién puede saber eso, Suso? ¿Quién puede saber lo que Dios hará o dejará de hacer según se mueva una mano o no?

Hasta el Concilio, era requisito imprescindible para estar bautizado que te hubieran echado agua sobre la cabeza. Luego eso quedó sustituido por una vaga intención, estabas bautizado si alguien hubiera querido echarte agua sobre la cabeza, aunque no hubiera podido llegar a hacerlo por diversas causas. Si eso es así con un sacramento ¿quién puede saber la intención de Dios en una simple bendición?

Espero que la mujer saliera adelante.

Jesús dijo...

En ello está. Saldrá adelante.

Fernando dijo...

Menos mal.