Muchas veces nos hemos escuchado decir, o lo hemos escuchado a otros, con respecto a los no creyentes, que “en el fondo creen”. En Mira por dónde, la Autobiografía razonada de Savater, el filósofo donostiarra dice que “no sólo no soy ‘creyente’ en el sentido religioso del término sino que tampoco creo que los creyentes crean”. A unos (yo, en algún tiempo) se nos da por afirmar que no creemos que el no creyente no crea. Ahora resulta que tampoco falta quien afirme lo contrario, que “no creo que los creyentes crean”. Qué lío. A partir de aquí uno puede optar por el sainete o por la reflexión. Confieso que me tienta la primera opción, y la seguiría si tuviera ingenio humorístico, con un tono surrealista, a los hermanos Marx, o mejor, a lo Tip. O hilvanaría un tirabuzón chestertoniano, si estuviera en mi mano hacerlo.
Para Savater es del todo punto evidente, meridiano, incontestable, la inexistencia de un Dios personal, y lo es con un grado tal de intensidad y convicción que no puede decir sino lo que dice. Para algunos creyentes lo mismo pero al revés. Les es de tal punto incontestable y vital la existencia de Dios que les resulta inimaginable que no crea el que dice no creer. Cada uno transfiere al fondo del otro el peso de la propia evidencia, y desde esa evidencia así transferida juzga que el otro tiene que creer lo que uno cree, por más que sus palabras digan lo contrario. Uno de los busilis de la cuestión es el “en el fondo”. “Usted, en el fondo…”. Yo opino que estos fondos de unos y otros hay que dejarlos aparte y tranquilos. Si una persona me dice seria y honestamente que no cree pues yo lo creo, y no se me ocurre enmendarle la plana apelando a “su fondo”. Espero que él haga lo mismo conmigo. Es justo aquí, una vez “liquidados los fondos”, donde tendría que comenzar el diálogo entre el creyente y el no creyente, dando cada uno razones de su fe y de su increencia. Hay que cejar en el empeño de interpretar al otro saltando por encima de lo que él nos dice de sí mismo.
Para Savater es del todo punto evidente, meridiano, incontestable, la inexistencia de un Dios personal, y lo es con un grado tal de intensidad y convicción que no puede decir sino lo que dice. Para algunos creyentes lo mismo pero al revés. Les es de tal punto incontestable y vital la existencia de Dios que les resulta inimaginable que no crea el que dice no creer. Cada uno transfiere al fondo del otro el peso de la propia evidencia, y desde esa evidencia así transferida juzga que el otro tiene que creer lo que uno cree, por más que sus palabras digan lo contrario. Uno de los busilis de la cuestión es el “en el fondo”. “Usted, en el fondo…”. Yo opino que estos fondos de unos y otros hay que dejarlos aparte y tranquilos. Si una persona me dice seria y honestamente que no cree pues yo lo creo, y no se me ocurre enmendarle la plana apelando a “su fondo”. Espero que él haga lo mismo conmigo. Es justo aquí, una vez “liquidados los fondos”, donde tendría que comenzar el diálogo entre el creyente y el no creyente, dando cada uno razones de su fe y de su increencia. Hay que cejar en el empeño de interpretar al otro saltando por encima de lo que él nos dice de sí mismo.